20 de septiembre de 2011

El viejito de Zaragoza.

     En una parte del escrito “Andando”, donde narro mi viaje por Europa, hubo un suceso en Zaragoza del que hago sólo hago una pequeña referencia. Aquella vez escribí:
     …Unas ruinas romanas completan nuestra rápida pasada por la capital de la Comunidad Autónoma de Aragón. El tiempo apura, vamos atrasados por un incidente que me dejó encorajinado (y que merece mención otro día)…
     Va.
     En Zaragoza, después de ver lo que teníamos que ver, nos metimos en una tienda de conveniencia. Escogí un paquete de serrano en trozos, la obligada Coca–Cola y cigarrillos; me formé en una de las dos filas detrás de unos cinco clientes esperando para pagar y salir a la carretera. Íbamos retrasados y la próxima parada sería hasta Lourdes, a la mitad de los Perineos. Una señorita cobraba rápido, solo faltaba una pareja de viejitos y yo.
     Le tocó el turno al esposo de avanzada edad, le registraron las cosas, pagó y recibió su cambio; parsimoniosamente lo contó sin moverse de la caja y yo, desesperado por esa lentitud.
     –¡Me faltan trescientas pesetas! –Reclamó.
     –No señor, le he dado el vuelto correcto. –Se defendió la cajera.
     –¡No! ¡Que me faltan trescientas pesetas! –Repitió gritando con la mano extendida mostrándole el cambio a la cajera. La esposa la miraba como diciéndole ¡Ladrona¡ En total apoyo a su esposo.
     Yo estaba cada vez más impaciente por lo terco del hombre. “¿Tanto relajo por trescientas pesetas? ¡Es lo que cuestan tres cocas de lata! ¡Ya muévete que llevo prisa!” Pensaba. Los que estaban detrás de mí, que ya eran unas seis personas, también estaban muy ansiosos desaprobando la actitud del señor.
     –¡No me grite señor! ¡Que le he dado el vuelto correcto! –Se ofendió la cajera.
     –¡Quiero corte de caja! –¡Ordenó gritando!
     Con consternación veo que todos los clientes de mi fila se pasan a la otra; hago lo mismo y… ¡soy el cliente once de esa fila! ¡Estuve a un tris de salir y ahora era el último! Ya traía conmigo una cosa más: un paquete de serrano en trozos, la obligada Coca–Cola, cigarrillos y el jugo gástrico caliente de coraje por culpa de ese vejete. Vamos avanzando y yo conteniendo las ganas de ir a retorcerle el cuello. Llega mi turno de pagar, ya no es calor lo de mi estomago… me está hirviendo. Cuando es mi turno, la señorita de la primera caja termina el corte del dinero.
     –Señor, tiene razón, sobran trescientas pesetas, aquí las tiene, discúlpeme.
     El señor las toma y sale de allí como si nada hubiera pasado. La señorita cierra el cajón del dinero y se pone a cobrarles a los clientes que ya se formaron. Pago lo mío en mi caja, me dan mi cambio, me lo meto a la bolsa del pantalón y salgo. Tomo la autovía Mudéjar/A–23 y nos dirigimos de prisa hacia los inmensos Pirineos.
     –¿Qué pasó que te ves enojado?
     –Un mendigo viejillo en el mini súper… –Le cuento a Marcela la historia.
     –Sí, los españoles son muy tercos y exagerados. –Me confirma.– ¿Cómo andas de cansado para manejar?
     –Con el coraje que traigo, seguramente ni sueño me va a dar, ¿por qué?
     –Yo sí traigo sueño, no me adapto aun a este horario, ¿me puedo dormir?
     –Sí, son como cuatro horas a Lourdes ¿no? –Ya estaba dormida.
     Me dediqué a rumiar y a maldecir al mendigo españolete ese para mis adentros. “¡Por eso tienen la fama mundial que tienen!” Seguía muy enojado. “¿Qué no se da cuenta de que las demás personas tienen cosas que hacer? ¡En México eso no pasa! ¿No puede ser que pare así una caja registradora por el equivalente a tres cocas de lata? ¿Cómo era posible que se pusiera así por malditas mendigas trescientas pesetas? ¿Por qué hizo eso?... ¡Ha caón!... ¿y por qué no? –Mi estomago comenzó a apaciguarse inmediatamente– Sí, son el equivalente a tres cocas; son solo malditas mendigas trescientas pesetas… ¡Pero son suyas! ¿Por qué tenia que perderlas? ¿Por qué debía dejárselas a la señorita esa? Aunque fuera un duro, ¡es “su” duro(1)!” En mi estomago ya casi había placer al recordar al “ilustre anciano” ese. Estaba contento por la lección y volví a pensar: “En México eso no pasa… por eso nos va como nos va.”
     Normalmente en las vacaciones escolares de verano, llevo a mi familia a que pase una semana en San Luis Potosí. La llevo y me regreso en camión a trabajar ese tiempo. En el verano del 2010, cuando acabó la semana, fui por ellos. Tomé un camión para San Luis, iba leyendo y volteando a ver el reloj del autobús y así me quedé dormido. Me desperté con frio y vi que la gente comenzaba a bajar sus suéteres; un parpadeo del reloj me indicó que estábamos… ¡a 5º centígrados! ¡Y la gente bajando prendas para protegerse en pleno verano! “El viejito de Zaragoza” pensé; me paré y fui a la cabina (obvio, enojado). El chofer platicaba animadamente con un amigo.
     –Amigo, nos traes a 5 grados, es casi lo mismo que un refrigerador, quita ahora el aire acondicionado.
     –¡No me diga! –Volteó a ver su termómetro– Discúlpeme señor, no me había dado cuenta, ahorita mismo arreglo eso… discúlpeme. –Me quedé hasta ver que arreglaba el termostato.
     Me regresé pensado que solo había sido un error, pero los pasajeros prefirieron bajar sus suéteres a pedir algo lógico. “Por eso nos va como nos va.” El resto del viaje fue a unos confortantes 22º C.
    El domingo pasado estuve en San Luis Potosí. Cuando en casa de mis suegros hacemos carne asada me gusta tomar el control total, porque si no, comenzamos a comer a las cinco de la tarde, y no es cómodo manejar de noche trayendo en el estomago un tercio de kilo de carne asada, mas quesadillas, cebollitas y refresco. Fui por pan a la Superior y de regreso, por Fray Diego de la Magdalena, llegué a un Oxxo. Cuando iba a pagar, una señora joven estaba reclamando algo referente a la cuenta y tenía parada la fila por cinco pesos.
     Sonreí… y esperé.


(1) Duro: nombre informal que recibía la moneda española de cinco pesetas, así como el valor de dicha moneda. Ya no existe.

2 comentarios:

  1. La cuestion es cultural ... No estamos acostumbrados a reclamar lo nuestro, definitivamente en el pedir esta el dar, pero nos da pena, talvez el viejito no debio gritar, talvez pedir a alguien de mayor rango hubiera sido suficiente, lo que es cierto es que debemos cambiar los habitos a similares del venerable anciano, leccion de vida :)
    Ole !!!

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  2. Efectivamente compadre, solo hay que animarse siempre a pedir con amabilidad lo justo en cualquier lugar y circunstancia y tambien aceptar; porque cuantas veces no a sido al revés la situación...y si le ha dado 300 ptas de mas..???? el viejito se enojaría, si en el Oxxo le han dado de mas a la joven, sería honesta y aceptaría un reclamo?? ...tal vez (Ojo "vez",ja), en fin yo creo que todo es cultural, la honestidad que das y recibes se mama en tu casa y fuera de ella, saludos chato cuídate!

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