2 de octubre de 2012

Y de repente… ¡eran dos!


(Y yo, con la piel de gallina. )




Lourdes, Francia. (2001).
-Vayan al rosario viviente, no se lo pueden perder. –Nos recomendó el anciano español que regenteaba el hotel donde nos alojaríamos esa noche en los Pirineos Galos. 
“Yo no vine a Europa a rezar”,  pensé. Fuimos. Atravesamos el puente y lo que vi me encogió el corazón: unas cinco mil personas en la noche, con velas en las manos rezando a voz viva el Rosario. Yo me aguanté como pude con un nudo en la garganta, pero mi mamá no, ella lloró ante la inmensa y brutal manifestación de fe. Sobrecogedor.

Ciudad del Vaticano. (2001).
Las ansias de ya meterme a la Basílica de San Pedro eran enormes. Ya teniéndola a la vista, me regodeé con contemplarla desde la Vía de la Conciliación. En la Plaza de San Pedro me sentía aun más ansioso de entrar, pero ésta plaza aun nos regalaba vistas preciosas. Entrando a la Basílica por la puerta de los Sacramentos la encontré y me llegó una vez más la falta de aliento ante el inmenso asombro: La Piedad de Miguel Ángel. Increíble que eso sea una estatua cuando al mirarla, piensas que en cualquier momento se van a mover Jesús o María. Me quedé viéndola, disfrutándola, después la analicé: músculos, uñas, el semblante de dolor de la madre. Increíble.

Paris, Francia. (2001).
Ya íbamos en el autobús en la visita guiada nocturna que incluían en el tour. Yo viendo mis fotos para evitar levantar la vista y verla a lo lejos… quería verla de golpe. La vi como quería, de cerca. Famosísima, inmensa, perfectamente iluminada, la Torre Eiffel es el destino anhelado de cualquier viajero. No hice nada, me senté en una banca del jardín de la fuente del Palacio del Trocadero a extasiarme de la vista mientras consumía un cigarrillo. Emocionante.

Y tuvieron que pasar más de diez años.

Mi casa. Aguascalientes, México. (Septiembre 2012)
Domingo por la noche. La televisión anuncia que regresando del corte, los jueces quedan sorprendidos ante lo que presenciaron. Espero. Son pocas las ocasiones que veo la televisión, pero como a mis hijas les llamaba la atención el programa, estábamos juntos viéndola. Malú me había dicho que los hijos de Lety Meza, una compañera preparatoriana, harían audición para concursar. Salieron a escena los dos muchachos que yo había visto en las misas que hacíamos en el Othón…

Me gustó mucho el principio, pero la piel se me erizó en cuanto comenzaron el coro de la canción; yo ya había aplanado como cinco veces mi imaginario botón mucho antes de Bosé, Paulina y Beto.
Tengo el video en mi teléfono celular y no me canso de verlo y verlo; gracias a Dios, aun ahora, después de repetirlo infinidad de veces, el estremecimiento me recorre con delicia el cuerpo. Extraordinarias las palabras de Miguel Bosé al hablarles. Lindas las de Paulina Rubio rendida a ellos; de los otros dos, no comento… no vale la pena.

Con el tiempo perdemos la capacidad de asombro y son contadísimas las veces que nos maravillarnos con eventos de semejante magnitud. La necesidad de creer en los milagros es la tradición con la que la religión nos quiere convencer de la existencia de Dios. Sin embargo, para mí, Dios nos manda de vez en cuando golpes tan sorprendentes y emocionantes como estos muchachos para recordarnos que ahí está Él, como dijo Bosé, agazapadito, pero presente.

Ya somos fanáticos de Miguel y Alejandro, y desde donde podamos y como podamos, los apoyaremos rabiosamente para que su esfuerzo y el de su familia llegue a buen término.

¡Felicidades Lety!