23 de junio de 2020

ANDANDO XI: PARÍS


Dormimos unas horas después de pasar en juega nuestra primera noche en París; como quiera el tour en el que íbamos, nos incluía otra visita guiada a la ciudad, ahora de día.
Fueron los mismos lugares pero ahora sin iluminación artificial y por lo mismo, la Torre Eiffel no tuvo el mismo encanto, pero sigue siendo majestuosa, enorme. En fin, nos aventaron como a la una de la tarde en la Plaza de la Concordia que es casi vecina del Louvre.
-Si quieren recorrido al Museo de Louvre guiado, nos vemos a las tres a la entrada del mismo, el costo es cien francos por persona (como $200 mexicanos) y veremos las tres damas del museo. La cita es en la pirámide de la entrada al museo a las tres de la tarde. –Anunció María, nuestra guía de tour.
Obviamente cuando uno oye Louvre piensa casi en automático en La Mona Lisa (qué Lisa era el nombre de pila de ella) o la Gioconda (con referencia a su esposo) de Leonardo da Vinci. Yo había decidido que nosotros nos iríamos por nuestra cuenta al museo, así que nos encaminamos al él atravesando el Jardín de Tullerías que nadie menciona, pero que está de lujo. Está en una de las zonas más importantes de Paris y sólo y únicamente tiene más de veinticinco hectáreas; en este pequeño, lindo y céntrico jardín caben… ¡más de 50 canchas de futbol! Todo aquí es enorme.
Llegamos a la pirámide de entrada, bajamos y compramos las entradas: sólo 40 francos, o sea, los del tour por “guiarte” se ganan 60 francos ($120.00)… ya comenzábamos nosotros bien. Cuando entras, y me imagino que para darle fluidez a la raza que piensa que el museo sólo es la Mona Lisa, hay letreros con flechas por todos lados indicándote el recorrido más directo a ella, y que obviamente, seguimos. El museo no es enorme, es gigantesco, y aun siguiendo las flechas, vas lento, porque asombrado, es imposible seguirte de frente sin detenerte a ver aquí o allá, pero así lento, sigues para con ella. Das una vuelta y ves el salón: “LA SALA DE LOS ESTADOS” que es donde se encuentra, pero antes de ella están cincuenta metros llenos de mármol italiano convertido en estatuas: ¡por Dios! Cómo es posible que haya personas que hagan esto: un lobo arriba de un ciervo dándole una dentellada… ¡y hasta la piel de la presa está estirada y en la cara del ciervo sí se nota terror! Absolutamente real. Por fin te metes a la sala y la ves al fondo, sola, en una inmensa pared… no sentí nada, me acerqué casi hasta tenerla a un metro de distancia… nada, la pintura no me inspiró nada; ya me había pasado en El Museo del Prado y en la Galería Uffizi: las pinturas al óleo no me inspiraban una inmensa fascinación, y así me pasó con esta. Hasta me pregunté si no estaría loco por no sentir nada teniendo a la pintura más famosa del mundo frente a mí… deseché mi locura, me tomé las fotos de rigor y nos salimos de ahí, nada que hacer, yo debo ser un neófito irremediable de pintura… ni modo (posiblemente piensen que merezco la crucifixión). Ahora vamos por las otras dos damas del Louvre y la que sigue es otra famosa y que está muy cerca de la Mona lisa y hacia allá nos vamos. Preciosa, linda, fascinante de lejos y de cerca; ya de muy cerca me convenzo que lo mío, mío, es la escultura: La Venus de Milo es simplemente preciosa, aun sin brazos; a esta sí la veo por todos lados porque en ese entonces estaba en una isla de unos dos metros de diámetro… linda, linda ¡lindísima! A esta sí me cuesta dejarla y me voy completamente enamorado de ella. La tercera dama del museo es la Victoria de Samotracia que en los detalles es espectacular, pero al no tener rostro, se hace impersonal y no te marca.
Como buenos turistas con prisas nos salimos de ahí para seguir con la ciudad que nos promete más sorpresas. Paris tiene, entre otras muchas ventajas, que literalmente para donde camines hay una estación del metro, que también es un sistema gigantesco. Nos apresuramos para comenzar por la siguiente atracción más cercana a donde estábamos. Tomo mi plano turístico y se me mete en los ojos otro emblema de Paris y decido qué, por cercanía, iremos caminando, al fin está casi a tiro de piedra según el mapa… mala decisión, aquí todo está lejos, lo supe y me convencí qué, después de más de un kilómetro caminando y cuando por fin llegamos a la Isla de la Cité en medio del Senna, tenía que buscar remedio con los traslados.
Ya estando frente a la Cathédrale Notre-Dame como que se me repite el síndrome de la Mona Lisa: a mi manera de ver, la Catedral de Notre Dame es más famosa que espectacular (seguramente mis cinco lectores ahora sí están tomando más en serio mi crucifixión) debido más a que por aquí anduvo el Jorobado que enamoraba linduras en la novela de Víctor Hugo, que por la construcción en sí misma. Aun así nos metimos en ella, mi mamá por la Puerta de la Virgen, y yo por la Puerta del Juicio Final, y mientras vamos a para adentro, pienso que en cuestión de templos católicos hay que dejar de pensar en Italia… tarea imposible. Por dentro, en el centro, se va borrando la impresión externa con un espacio enorme; en el ábside destaca una escultura que atrapa la atención desde lejos: otra Piedad, ahora esculpida por Coustou de principios del siglo XVIII y también con un realismo que impresiona. Otra cosa que yo quería ver, porque lo había leído desde antes de irme, era comprobar si también allí, como en San Pedro, era cierto que había una capilla rindiendo tributo a la Virgen de Guadalupe y sí, pequeña capilla pero real; en el mundo católico entero se reconoce la devoción de los mexicanos por la Guadalupana.


Salíamos de ahí y mi mamá quiso que agarráramos un taxi y nos fuéramos al barrio de Pigalle y a mí me dio igual, había hablado con Malú mi esposa y ese día se quería ir a San Luis manejando a ver a sus papas y eso me traía jodido, si íbamos para con mis suegros, siempre yo manejaba para estar tranquilo y esta iba a ser una excepción que me traía con pendiente. Cuando llegamos al barrio ese, busqué un teléfono esquinero y le hablé.
-Hola, ¿Cómo están? ¿Qué plan?
-Bien. Estamos subiendo las cosas al carro, salimos en diez minutos para San Luis. - Malú contenta y mis tripas retorciéndose.- No te preocupes, nos van a escoltar Gaby y Poncho para que estés tranquilo.
-Con mucho cuidado Malú. Te llamo en dos horas a la casa de tus papás.
-Sí, manejaremos despacio; estate tranquilo, todo estará bien.
Y colgamos.
Eran como las cuatro de la tarde de viernes en París (nueve de la mañana en Aguascalientes). Enfrente de donde yo estaba hablando por teléfono había una pequeña iglesia. Desde siempre soy creyente pero escasamente religioso, pues aun así me metí al atrio de esa iglesia… cerrada; me senté frente a la puerta principal con la vista en mi reloj… no me moví de ahí en dos horas. A las seis en punto me fui otra vez al teléfono de la esquina y lleno de aprensión marqué a casa de mis suegros.