20 de agosto de 2013

El torito y el squash.



-Papi, ¿y si pierdo mañana en la final? –Me preguntaba el Rafita con respecto del partido definitorio que tendría el domingo a las once de la mañana en un club ajeno al nuestro.
-No vas a perder, pero pasa nada, solo diviértete y has lo que sabes hacer, lo que hemos entrenado.
¿Por qué de sus dudas? Coincidentemente jugaba ese partido determinante contra un amiguito suyo que siempre le había ganado. Yo no se, muchas veces presionamos a nuestros hijos para que sean lo que nos hubiera gustado ser a nosotros; yo quise jugar profesional en primera división, jugué, pero no a los niveles que me hubiera gustado hacerlo, no se me dio; sin embargo jugué muchos partidos con estadios de vacios a llenos, y nadie de mi familia fue a verme nunca. Mi gigante fue dos veces solamente mientras vivió, uno porque era la final de mi generación que ganamos con un gol mío y estaba cerca de la casa;  el otro no fue a verme, fue por mí porque había fallecido el papá de Gustavo Aceves. Cuando Rafita estaba pequeñito, le quise meter el fut y el resultado fue el previsible: “Papi, no me gusta el fut”… y adiós a ese deporte en la casa; yo, harto ya del futbol en mi vida, migré al squash y fui subiendo y subiendo, campeonato tras campeonato, hasta llegar a la primera fuerza, imposible circunstancialmente que sea campeón de esta categoría. Pero siempre que él o las niñas tenían algo excepcional en sus vidas, ahí estaba yo, en primera fila (por decirlo así), así que el apoyo de mi parte a Rafita, lo tenía de mi implícita y explícitamente.
Tiempo después, ya sin mi presión, al Rafita le agarró el amor en serio por el futbol, y debido a sus indudables cualidades, formó parte de la selección de su colegio que jugaba los sábados a los que yo lo llevaba; el profesor le exigía mucho a gritos destemplados de forma desproporcionada, y yo, respetuoso de su autoridad, solo animaba a mi hijo a que siguiera haciendo su mejor esfuerzo. Un sábado, a punto de llegar al colegio donde jugaría, me dijo que estaba muy nervioso por la forma en que su profesor le gritaba, estaba mucho muy tenso:
-Tú diviértete, has lo que te pide y te dejará de gritar.
Jugó normal, sin dar el partido de su vida, pero yo lo notaba enfrenado: no quería hacer las cosas mal para que no le gritara. Al siguiente sábado, en el mismo lugar que la semana anterior me dijo que estaba nervioso, se quebró, rompió a llorar con desesperación:
-Es que ya no aguanto sus gritos.
Me dijo sin levantar la voz, pero desesperado. Y era valida su queja, los gritos del profesor eran desproporcionados; detuve el carro. A esa edad, un partido de futbol o una rayuela, es jugar, divertirse.
¡Por Dios! Pensé.
-Rafa, juega este partido sin presiones, después de hoy, dejas de jugar en este equipo, te lo prometo, es mi decisión y no tienes de que preocuparte. –Asintió limpiándose las lágrimas.
Para que les cuento, dio el partido de su vida, metiendo goles, desbordando como nunca por su banda izquierda… un dechado de técnica. Al finalizar el partido el profesor fue hasta él para felicitarlo, pensando que por fin había encontrado su panacea en la media cancha. No volvimos, yo lo había prometido. Entró a la escuela de futbol de nuestro club en donde le devolvieron la confianza un buen profesor bueno, desgraciadamente por cuestiones administrativas, esa escuela desapareció.
-Vete al squash un tiempo mientras encontramos a donde mandarte a jugar fut. –Lo apremié, siguiendo mis reglas familiares de practicar un deporte o hacer ejercicio regularmente.
-No me gusta el squash. –me respondió.
-Solo es mientras encontramos donde meterte a jugar futbol.
-Ok. –respondió.
Y le gustó el squash, vaya que le gustó. Comenzó a jugarlo cada vez con más ahínco, retando a los mayores que lo veían simpático. Quiso probarse en un torneo en el que quedó en tercer lugar, donde el amiguito al que le ganó el domingo pasado, se llevó el campeonato. En la premiación, nos enteramos que ese torneo era clasificatorio para los selectivo nacionales… ¡se iba a León y Querétaro! Él encantado.
¡¡¡¡TORITO!!!!  (Aullaba yo por Facebook ante su ausencia cuando el infeliz se largaba solo de viaje).

El domingo ganó su primer torneo, el resultado fue 2 sets a 1 a favor de su amiguito Luis, iba perdiendo el tercer y ultimo set por 10-9, pero se sobrepuso; por ahora es el mejor del estado en su categoría. Cada vez que él fallaba o acertaba un punto, volteaba a verme; yo aparentaba tranquilidad, pero mi corazón estaba haciendo estragos en mi pecho… delicioso. Salió feliz y aliviado: por fin era campeón y se quitaba la sombra de perder ante su amiguito, que es de un simpático que cae bien.
Al terminar la final, se dieron la mano como se la dan los niños: blanca, limpia, honesta.
Después, lo animé a jugar un partido amistoso contra el subcampeón de la categoría de novatos, un muchacho de 18 años… ¡le ganó!
-Ya ves Rafa, si hubieras entrado a novatos, hubieras ganado mínimo el segundo lugar aparte de ser campeón de infantil A.
                Con los ojos muy abiertos por semejante revelación en la que no había caído en cuenta, sonrió contento.