18 de noviembre de 2012

Malú (18 de noviembre)



-¿Vamos al cine en bola? –le pregunté.
-¡Órale! –me contestó ella.
        
         Nos pusimos de acuerdo  y cuando me vine a dar cuenta, fuimos solos ella y yo sin proponérnoslo. También sin proponérnoslo seguimos viéndonos más a menudo y, otra vez, cuando me vine a dar cuenta, ya estaba su nombre escrito en mi corazón con fuego de forma permanente. Llegó el momento en que para mi solo había un venturoso camino.
         En la Plaza de Armas, frente al Palacio de Gobierno de San Luis le pedí que fuera mi novia; después de un breve dialogo, me hizo el favor de aceptarme.
Hoy es 18 de noviembre; el mismo día del 1995, Malú me hizo el honor y el favor de casarse conmigo.
El camino juntos ha sido, para mi, más dulce de lo que hubiera pedido, es más, de lo que hubiera merecido nunca. Van diecisiete años de casados y aun ahora me regodeo todas las mañanas acariciándola como se me viene en gana.
Muchos días, en los que como en todo matrimonio bendecido, hemos pasado de todo y todo lo hemos llevado de la mejor manera… ella es extraordinaria.
Hago todo lo que puedo y se hacer, a veces no me alcanza, pero creo que en términos generales, tenemos un lindo matrimonio.

Denme una palanca y un punto de apoyo y moveré al mundo, dijo Arquímedes de Siracusa… yo la tengo desde hace diecisiete años.

Nos acompañan tres hermosas criaturas que el creador nos mandó a cuidar y guiar y lo hacemos como Él no da a entender.

 Soy un agradecido con Dios, con la vida y con lo que me ha dado… y lo seré siempre. No se que feliz circunstancia acercó a Malú a mi vida, pero lo agradeceré aun después de muerto.

Te amo Malú; un millón de gracias.


2 de octubre de 2012

Y de repente… ¡eran dos!


(Y yo, con la piel de gallina. )




Lourdes, Francia. (2001).
-Vayan al rosario viviente, no se lo pueden perder. –Nos recomendó el anciano español que regenteaba el hotel donde nos alojaríamos esa noche en los Pirineos Galos. 
“Yo no vine a Europa a rezar”,  pensé. Fuimos. Atravesamos el puente y lo que vi me encogió el corazón: unas cinco mil personas en la noche, con velas en las manos rezando a voz viva el Rosario. Yo me aguanté como pude con un nudo en la garganta, pero mi mamá no, ella lloró ante la inmensa y brutal manifestación de fe. Sobrecogedor.

Ciudad del Vaticano. (2001).
Las ansias de ya meterme a la Basílica de San Pedro eran enormes. Ya teniéndola a la vista, me regodeé con contemplarla desde la Vía de la Conciliación. En la Plaza de San Pedro me sentía aun más ansioso de entrar, pero ésta plaza aun nos regalaba vistas preciosas. Entrando a la Basílica por la puerta de los Sacramentos la encontré y me llegó una vez más la falta de aliento ante el inmenso asombro: La Piedad de Miguel Ángel. Increíble que eso sea una estatua cuando al mirarla, piensas que en cualquier momento se van a mover Jesús o María. Me quedé viéndola, disfrutándola, después la analicé: músculos, uñas, el semblante de dolor de la madre. Increíble.

Paris, Francia. (2001).
Ya íbamos en el autobús en la visita guiada nocturna que incluían en el tour. Yo viendo mis fotos para evitar levantar la vista y verla a lo lejos… quería verla de golpe. La vi como quería, de cerca. Famosísima, inmensa, perfectamente iluminada, la Torre Eiffel es el destino anhelado de cualquier viajero. No hice nada, me senté en una banca del jardín de la fuente del Palacio del Trocadero a extasiarme de la vista mientras consumía un cigarrillo. Emocionante.

Y tuvieron que pasar más de diez años.

Mi casa. Aguascalientes, México. (Septiembre 2012)
Domingo por la noche. La televisión anuncia que regresando del corte, los jueces quedan sorprendidos ante lo que presenciaron. Espero. Son pocas las ocasiones que veo la televisión, pero como a mis hijas les llamaba la atención el programa, estábamos juntos viéndola. Malú me había dicho que los hijos de Lety Meza, una compañera preparatoriana, harían audición para concursar. Salieron a escena los dos muchachos que yo había visto en las misas que hacíamos en el Othón…

Me gustó mucho el principio, pero la piel se me erizó en cuanto comenzaron el coro de la canción; yo ya había aplanado como cinco veces mi imaginario botón mucho antes de Bosé, Paulina y Beto.
Tengo el video en mi teléfono celular y no me canso de verlo y verlo; gracias a Dios, aun ahora, después de repetirlo infinidad de veces, el estremecimiento me recorre con delicia el cuerpo. Extraordinarias las palabras de Miguel Bosé al hablarles. Lindas las de Paulina Rubio rendida a ellos; de los otros dos, no comento… no vale la pena.

Con el tiempo perdemos la capacidad de asombro y son contadísimas las veces que nos maravillarnos con eventos de semejante magnitud. La necesidad de creer en los milagros es la tradición con la que la religión nos quiere convencer de la existencia de Dios. Sin embargo, para mí, Dios nos manda de vez en cuando golpes tan sorprendentes y emocionantes como estos muchachos para recordarnos que ahí está Él, como dijo Bosé, agazapadito, pero presente.

Ya somos fanáticos de Miguel y Alejandro, y desde donde podamos y como podamos, los apoyaremos rabiosamente para que su esfuerzo y el de su familia llegue a buen término.

¡Felicidades Lety!

 




 

14 de agosto de 2012

“LA LESIÓN” “Mascara contra mascara”

Mascara contra mascara.

Hace años, a una cena de Reyes en casa de mi mamá, llegó Oscar mi primo y su hijo. Alguien llevó allí unas mascaras de luchadores. El Rafita tendría unos cinco años, el hijo de mi primo, unos once. Oscar y yo siempre hemos estado en la misma frecuencia, nos entendemos sin apenas hablar. Estábamos viendo la televisión, cuando sentados, nos pusimos las mascaras; Oscar fue al baño y yo a la cocina, cuando íbamos de regreso a la sala de tv, nos cruzamos en el camino aun con las mascaras puestas, y chocamos los hombros de manera retadora, como luchadores. Él me habló y nos regresamos a la cocina, que estaba sola.
-Vamos a hacer luchitas; -me dijo- fíjate como te pego -y puso su mano izquierda en mi pecho y con la derecha se pegó el mismo en su mano, haciendo un ruido de golpe, pero sin pegarme realmente. Yo Repetí el movimiento y nos fuimos a sentar a la sala de televisión abarrotada de los diez nietos.
A una señal, nos paramos y chocamos “accidentalmente”, nos empujamos y comenzó la lucha. Nos dimos “golpes”, nos aplicamos “llaves” en el piso. Los niños estaban fascinados viendo a los dos enmascarados dándose sonorísimos “golpes”. Después de unos dos minutos de acción, le apliqué la “Hurracarrana” y Oscar se “rindió”… el Rafita estaba feliz de ver a su papá triunfador.
Después de un rato, aun con las mascaras puestas, nos dimos cuenta de que Oscarito, el hijo de Oscar estaba incomodo de ser el hijo del “perdedor”. De inmediato reaccioné.
-¡Y cuando quieras te repito la dosis baboso! –Volví a retar a Oscar.
-¡Ahorita mismo infeliz!
Él sabía el por qué del nuevo reto y cómo debía acabar el combate. Nos paramos y comenzaron de nuevo los golpes, rodillazos, patadas, ya en el suelo, las “llaves” (o lo que se nos ocurriera) y finalmente, “logró” hacerme a mi la misma hurracarrana y yo me rendí. Oscarito estaba muy contento; el Rafita… a sus cinco años, llorando en un ruidoso mar de lagrimas.


LA LESIÓN.

Hace unos días, chateando con mi compadre el telefonista, me comentó que estaba haciendo ejercicio, tema recurrente en mi vida. Su hijo Iván está probando suerte en el futbol americano (así, futbol, palabra aguda aquí en México) y de como su vástago estaba pasando las de Caín para aclimatarse a ese nuevo deporte. Otro tema que tocamos, porque lo hemos tocado en varias ocasiones, es que yo estoy esperando “LA LESIÓN” (así, con mayúsculas), ese accidente deportivo que me postrará en cama, que posiblemente me mandará al hospital y me atará a unas muletas por algún tiempo. Soy apasionado en lo deportivo y, mientras muchos de mi edad están haciendo deporte de mantenimiento, si es que hacen algo de ejercicio, yo aún lo hago de competencia y sin querer, todavía exigiéndome.
-Bájale al ritmo. -me recomendó con todas las mejores intenciones el blackberriero.
-No puedo. -le respondí.
-Bueno, juega solo contra los de tercera fuerza. -me insistió.
-No puedo - le respondí- es parte de mi.
Como al parecer no entendía de botepronto mis razones para seguir tentando al destino y esperar resignado a “LA LESIÓN”, le conté la fábula que yo creo que mejor me pinta en lo deportivo.
Estaban una rana y un alacrán en un lado del río, la rana estaba simplemente tomando los rayos solares, pero el alacrán quería pasar a la otra orilla del río. Se acercó a la rana y le pidió:
-Ranita, hazme el favor de cruzarme en tu lomo al otro lado del río.
La rana se le quedó viendo entre asustada y divertida.
-Estás loco, si te subo en mi espalda y comienzo a nadar, a la mitad del río me picarás y moriré.
El alacrán se ofendió.
-No seas tonta -le respondió entonces el alacrán-. ¿No te das cuenta que si te pico con mi aguijón, te hundirás en el agua y que yo, como no se nadar, también moriré ahogado?
La rana no pudo sino aceptar los argumentos del alacrán y accedió a pasarlo al otro lado del río.
-Súbete pues, para acabar con esto lo antes posible.
Éste se trepó al resbaladizo lomo de la rana y comenzaron a pasar el río. El alacrán estaba nervioso y finalmente picó a la rana cuando iban apenas a la mitad del río. La rana, sintiendo el veneno recorriendo su cuerpo, mortalmente herida, volteó a ver al alacrán que estaba apenado.
-¡No entiendo! ¿Por que hiciste eso? ¡Ahora moriremos los dos!
El alacrán solo pudo contestar cabizbajo.
-Lo siento ranita, sé que moriremos los dos, pero que quieres que haga, es mi esencia, es mi naturaleza y no lo pude evitar.
(Esopo)
Sé que llegará “LA LESIÓN”, pero no puedo parar por evadirla, solamente pedir a Dios que sea lo más leve que Él quiera mandármela, mientras tanto... ¡a tope!

Iván, a darle a tope tú también en el futbol americano.

7 de agosto de 2012

Cachorros del Atlético Potosino.


         Para nadie es un secreto que yo quise jugar futbol en primera división profesional. Dentro de mi paso por esa etapa de mi vida, probé suerte en los Tigres del Universidad de Nuevo León (UANL). Jugué con ellos solo el torneo el torneo PRODE 85, también solo en el segundo equipo y al final, salí de ahí, ¿por qué lo hice? En una de las veces que fuimos a jugar contra el Cachorros del Atlético Potosino, yo no me regresé en el camión del equipo el mismo viernes, preferí quedarme con mi familia y regresarme el domingo viajando toda la noche. Ya estando instalado en el camión, coincidentemente en el lugar junto a mí, se sentó Luis Delgado, potosino y jugador del primer equipo de la UANL. Platicando con él, me dijo algo que me hizo cambiar todos los planes:

         -Rafa, se oye fuerte entre los nombres de director técnico para la siguiente temporada el de  Carlos Miloc, y ese señor no va a poner su prestigio en juego metiendo noveles… como tú.

         En Monterrey me di a la tarea de investigar  ese rumor y fue cierto. Cuando se oficializó la contratación de Miloc, las reservas profesionales de los Tigres quedaron vacías de los que, a pesar de estar jugando en el Torneo Nacional de Reservas, no teníamos contrato y por lo tanto la carta nos pertenecía.

         Me despedí de aquella entrañable ciudad y me regresé a probar fortuna en San Luis Potosí. Afortunadamente fui acogido de inmediato en las reservas profesionales por un entrenador que fue un mítico jugador de nivel mundial: Pedro Araya Toro; considerado a la altura de juego de Garrincha; en su paso por 65 partidos con la Selección Chilena anotó 14 goles y entre ellos, le anotó un gol al Real Madrid en pleno Santiago Bernabéu.

         Nosotros jugábamos en el estadio Plan de San Luis dos horas antes de que jugaran los del primer equipo, y también jugábamos contra los reservas del equipo visitante. Pero el punto de esto no es platicar de ese torneo que, por lo demás, es muy exigente en lo físico; aunque no lo crean, a ese nivel, el futbol duele: duelen piernas, pulmones, golpes bien dados y muchas veces mal intencionados… nada que ver con el futbol llanero, que es a lo que voy.

         De vez en cuando, la directiva nos citaba los miércoles para jugar, por ejemplo, contra la “Selección de futbol de Venado”, allá en el municipio de Venado, S.L.P. Ese día sería la fiesta del Santo Patrono del lugar y las autoridades querían dar un buen espectáculo. La cita para viajar era en el estadio Plan de San Luis, uniformados con el pants de viaje del equipo. El partido era a la una de la tarde, así que salíamos a las 8:00 am para poder pasar tres o cuatro horas metidos un autobús que el H. Ayuntamiento de aquella ciudad (por usar un eufemismo), nos hacía el favor de fletarnos (un autentico pollero). No parábamos hasta que unos diez teníamos que ir al baño de manera urgente. Con nosotros también viajaba la tripleta arbitral. También lo normal era que Pedro Araya no nos acompañara por su carácter huraño, y nos mandaban a Alfredo “La Chula” Bernal, el asistente del primer equipo, todo un personaje que entre otras cosas, era más mal hablado que un carretonero cansado y con hambre.

Antes de entrar al pueblo, nos hacían sacar por las ventanas unos pendones anunciando que ese autobús llevaba a los jugadores de los Cachorros del Atlético Potosino. Era lindo, los niños y los jóvenes corrían al lado del camión pensando que arriba de éste iban sus ídolos… y la orden era que nadie los desmintiera. Nos metían a la unidad deportiva y, mientras bajábamos, repartíamos autógrafos y nos tomábamos algunas fotos. Los niños y jóvenes se quedaban afuera de las mallas ciclónicas con sus rostros pegados a ellas viendo a los jugadores “profesionales”; caminábamos para estirar las piernas y después nos metíamos a los vestidores (si había) y nos cambiábamos. Una de las condiciones de las autoridades era que fuera el primer equipo, pero al momento de saber cuanto costaba llevarlos a ellos, mejor pedían que nos mandaran a nosotros, pero con las playeras de los titulares, así que yo era Nelson Sanhueza, el recio defensa central.

La unidad deportiva pletórica de mamás, papás, tíos, primos y amigos de los seleccionados del pueblo y el ambiente era de fiesta, con porras. El sonido anunciaba uno a uno los nombres de los jugadores locales con la ruidosa y jubilosa aprobación del público. A nosotros no nos anunciaban individualmente porque no éramos los que las playeras decían que éramos.

Comenzaba el partido y obvio, las diferencias futbolísticas eran descomunalmente abismales, pero todo era un plan perfectamente hecho para conseguir que la fiesta fuera inolvidable: por regla general dejábamos que el otro equipo tomara el control del partido y los dejábamos llegar mucho por las bandas y provocábamos tiros de esquina en contra de nosotros; cobraban el tiro de esquina, por ejemplo, y despejábamos mal… ¡Gol! Las tribunas ardían… ¡lindo! Se engallaban y nos metían el segundo. Nos íbamos al medio tiempo perdiendo 2–0 y la fiesta en las tribunas seguía. En los vestidores, si eran cerrados, platicábamos de cualquier cosa entre nosotros; pero si no había vestidores y estamos rodeados de curiosos, “La Chula” Bernal se ponía a hacer el circo de regañarnos con gritos y con su florido lenguaje, furioso, hablándonos a puras mentadas de madre a uno por uno, y nosotros, con cara de vergüenza y pesar, ¡puro teatro! Comenzaba el segundo tiempo y a los diez minutos “La Chula” gritaba algo que todos identificábamos y durante unos minutos y hasta que cayera el gol, jugábamos a tope… que por lo general era en no más  de un minuto debido a la certeza de nuestros medios y a la velocidad y destreza de los delanteros; y bajábamos otra vez el ritmo, pero en la defensa no, ahí ya no pasaba ni el aire. A los 35 minutos otra señal de “La Chula” y caía el 2–2, pero la gente en las tribunas creía que sus muchachos podían ser capaces de ganarnos. Estando en el minuto 42 llegaba la otra señal y metíamos el 3-2 y se acababa el partido, pero como lo perdieron de “último minuto”, había satisfacción en la tribuna y en el otro equipo: ¡estuvieron tan cerquita de ganarnos! Nos cambiábamos y por lo general nos íbamos a despachar una santa comilona de platillos caseros ya con la gente entre nosotros.

Nunca, ni remotamente estuvimos a punto de perder un partido de esos, y lo sabíamos; de haber querido, hubiéramos ganado con una diferencia de mas de 20 goles a cero, pero el hacer que la gente en las tribunas estuviera contenta, valía la pena el no pasarles por encima.

12 de junio de 2012

Dominando a la naturaleza. La historia de un campamento. 3




Después de que salieron algunos murciélagos que hábilmente nos evadieron lanzándonos chillidos, comenzamos a meternos en la cueva por un pasillo que se iba haciendo más angosto y más bajo, al punto de que solo cabía uno a la vez; entre esa situación, el caminar entre desechos fecales de murciélagos acumulados por décadas, estar adentrándonos en lo que se notaba oscuridad total y el desconocimiento de cuantos animales más de esos había dentro, afectaba nuestra entereza… Pero seguimos adelante. Cuando terminó el pasillo y ya caminábamos en la oscuridad total, éste nos llevó a la galería principal: un enorme espacio de por lo menos quince metros de alto, unos veinte de largo y diez de ancho; allí, la capa de guano era del doble de lo que habíamos caminado en el pasillo; las baratas linternas que traíamos alcanzaban a iluminar la cueva por estar ésta absolutamente lóbrega. En una parte del piso había una mancha diferente de guano, más negra que en el resto de la cueva, se notaba húmeda; cuando lanzamos para arriba la luz de las linternas, nos dimos cuenta de que la provocaba una aglomeración de unas decenas de murciélagos suspendidos del techo boca abajo. Al aluzarlos directamente, comenzaron a volar dentro de la cueva y nosotros, que ya sabíamos que no nos harían nada, viéndolos. Después de un rato dentro y de que no había nada más que ver, salimos dispuestos a irnos al campamento. Dejamos en la entrada las calcetas-cubre-bocas y usamos la raíz para bajar. La llegada al rio, a unos cincuenta metros abajo fue rápida y divertida, solo íbamos brincando para caer en tierra suave o deslizándonos por la misma con las sentaderas a tierra… un santiamén. Al llegar al campamento, no recuerdo los demás, pero yo me quité la ropa que traía y la arrojé a la fogata, no quería problema con hongos de guano de murciélagos. Contamos la anécdota a los que no se quisieron arriesgar y yo me dispuse a hacer una cosa que traía en manos. Ya estaba oscureciendo.

Comencé a hacer un agujero en una pendiente del cerro muy cerca de la fogata; cuando ya tenía una pequeña cueva de unos cuarenta centímetros de profundidad horizontal y me cabía la parrilla, al fondo le hice otro agujero mucho menor y vertical a modo de chimenea o respiradero. Le metí brazas vivas de leña, la parrilla y me puse a batir los ingredientes con mi tenedor, y cuando hube acabado, lo metí y tapé mi “horno” con piedras. ¡Otra vez las cejas levantadas hacia el loco del Rafael! A la media hora saqué un pastel hecho en un horno no rustico, rustiquísimo; desgraciadamente la parrilla se movió y se quemó una cuarta parte del pastel, pero aun así quedó delicioso; el que sí comió y no porque le haya ofrecido, fue “El Parchís”, que alargó la mano y me quitó un pedazo.

-Mira tú, sí que ha quedao bueno.

Los demás cenaron no se que, ¿yo? Uno de los más  ricos pasteles de mi vida.

Esa noche jugamos unas escondidas medias raras que se llamaban “asecho”, lo mejor de ese juego fue que alguien se quitó la playera y se puso a arrastrarse así hasta que las hormigas hicieron que el juego se acabara, tenía por todo el torso.

Las guardias esa noche fueron en el mismo orden. Al día siguiente nos fuimos a nadar otra vez a las cascadas unas dos horas, después nos pusimos a levantar el campamento y fue donde Arturo Perales comenzó con su lucha.

-Hay que cantar la canción de despedida de los scout en torno a la fogata.

Por qué perder las esperanzas de volverse a ver,
Por qué perder las esperanzas si hay...

-Si, al rato la cantamos “Quick”, ahora hay que levantar el campamento. –Urgía Raymond.

Y todos a lo de cada quien.

-Bueno, yo ya acabé, ¡vamos todos!

Por qué perder las esperanzas de volverse a ver,
Por qué perder las esperanzas si hay tanto…

-¡Espérate Arturo, al rato la cantamos!

Era dialogo de sordos, uno queriendo cantar la canción, los demás en friega levantando sus cosas; justo es decirlo, Arturo también. Emprendimos la caminata de regreso a Santa Catarina para tomar el “pollero” de regreso a San Luis. Íbamos platicando de lo bien que lo pasamos y de lo bien que…


Por qué perder las esperanzas de volverse a ver,
por qué perder las esperanzas, si hay tanto querer;
no es más que un hasta luego,
no es más  que un simple adiós,
muy pronto junto al fuego, nos reunirá el Señor.


Total que nos pusimos a cantarla hasta el final cuando ya íbamos caminando. Definitivamente fue una aventura muy linda y llegaba a su fin. Fueron dos noches y tres días en los que nos convertimos en unos verdaderos exploradores. El cantar lo que nos proponía Arturo Perales valía la pena… por supuesto que lo valía.

5 de junio de 2012

Dominando a la naturaleza. La historia de un campamento. 2

Nos despertaron a las cinco de la mañana a Roberto Palacios y a mí para hacer la guardia. Habíamos elegido ese turno para hacer el desayuno de todos y poder dormir de un tirón. Aun estaba oscuro y solo se veía el reflejo de los ojos de las reses que por allí caminaban sueltas. Conforme fue amaneciendo, nos dimos real cuenta de que teníamos a nuestro alrededor: arboles inmensos, viejísimos, con ramas enormes y en esa época, lleno de follaje. Fue un acierto haber escogido esa guardia, el paisaje era extraordinario. Nos fuimos caminando a ver el ojo de agua del cual bebimos la noche anterior, la rivera… nos regresamos a la fogata para poner manos a la obra con el desayuno. Me imagino que hicimos huevo con algo o huevo solo, no lo recuerdo, pero no creo que haya sido algo más elaborado. Fueron despertándose uno a uno hasta que estaban todos allí, en torno a la fogata zampándose el alimento. Todos estábamos maravillados del espectáculo que nos estaba regalando la naturaleza. Fue cuando me acordé de la bolsa de bolillos. Encontré la bolsa pero ¡ya no estaba completamente llena! Volteé a ver a las malditas vacas pero reparé en que el plástico de la bolsa no estaba rumiado. “Cabrones” pensé. Llevé la bolsa a la fogata y todos tenían cara de culpa pero no de arrepentimiento. Raymond agarró uno para acompañar su ración de huevo y con su característica forma de ser dijo:

-Rafa, dile a tu papá que es un genio por haberte puesto estos bolillos. –Todos asintieron.

Sí, finalmente mi Gigante no se equivocó y acertó otra vez. Y yo feliz. Los panes Bimbo llegaron hechos papilla, inservibles como acompañantes, pero útiles como calorías.

Después de hacer cada quien lo que le correspondía de limpieza, acordamos salir a explorar las cercanías. Caminamos rio abajo. Las sorpresas no paraban. Mas allá del ojo de agua y caminando por la orilla del rio, ¡encontramos cascadas! Comenzamos a subirlas y acordamos que regresaríamos a nadar en ellas en cuanto hiciéramos digestión. Como ya estábamos a unos veinte metros arriba del rio, nos seguimos a esa altura. Íbamos en fila india y de vez en vez nos deteníamos a seguir extasiándonos del paisaje que era en verdad extraordinario. Aparte íbamos platicadores y bromistas. En una de esas paradas, el “Güero” advirtió:

-Perales, no te vayas a sentar allí, ¿He?
-¡Ese mi “Güero”! –Dijo Arturo Perales incrédulo y chancero, he hizo el ademán de sentarse… ¡y lo hizo en un cactus lleno de espinas! ¡Se clavó todas las que tenía la planta apuntando para arriba! Se sacó inmediatamente las que pudo. Se convirtió en el centro de todas las burlas. Seguimos caminando, pero ahora nos deteníamos cada rato para aliviar un dolor.

-¡Aguántenme! ¡Esperen! –Pedía Arturo y se bajaba los pantalones y lo demás para sacarse las espinas directamente de las sentaderas. Esas pausas en la caminata fueron varias.

El rio era ancho pero no llevaba mucha agua. Daba una vuelta en 90º y seguía lejos. Seguíamos caminando.

-¡Aguántenme! ¡Esperen! –Arturo.

Estuvimos mucho rato caminando hasta que consideramos que ya estaba nuestro cuerpo listo para el agua y nos regresamos.

-¡Aguántenme! ¡Esperen! –Perales.

Ya cambiados para nadar, que era solo un short y tenis, no volvimos a llegar hasta las cascadas. Casi todas tendrían entre dos y tres metros de altura las más grandes; en cada caída de cada una, había una fosa que por la turbidez del agua al estar en movimiento, no sabíamos si era profunda o no. Queríamos tirarnos de arriba, pero no sabíamos si nos lastimaríamos el hacerlo.

-¡Ahh! ¡Mexicanos miedosos!

Obviamente eso solo podía venir de un extranjero. Ricardo Raymond a. “El Parchís” se subió a lo alto de la cascada y se tiró de pie, los demás estábamos expectantes a ver si el agua se pintaba de rojo sangre, lo veíamos flotar muerto o gritar ayuda por tener varios huesos rotos. Salió bien y de inmediato nos empezamos a tirar los demás. Arriba de esa cascada había otras. Cada vez nos íbamos subiendo a la cascada superior y después de que “El Parchís” se tirara y saliera ileso, lo hacíamos nosotros. El agua era tan fría, que cuando íbamos cayendo ya estábamos pataleando para buscar salir de ella. ¡Fantásticos momentos! Nos seguimos hasta arriba, hasta que llegamos al inmenso agujero por donde salía el agua. Según recuerdo, debía de ser como de un metro y el chorro era inmenso. Por fin nos cansamos y nos regresamos al campamento, pero para ese momento solo eran como entre doce y una de la tarde… ¡apenas! Nos bañamos, comimos y nos fuimos a caminar ahora rio arriba. No hubo nada mas allá del magnifico paisaje y nos regresamos a tomar una siesta.

He olvidado decir que mi papá ya había estado allí, en ese preciso lugar en su juventud como parte de los scout. Yo traía un cuchillo de él que según me dijo, ya había estado allí; un tesoro (para mi). También sabía que nos estábamos preparando para una “visita” a las cuevas de allí y él había sido muy claro.

-No respiren de ese aire sin estar cubiertos con algo, les puede dar una embolia si lo hacen sin precauciones, pueden quedar locos.

“El Parchís”, alguien más (perdón por no recordar quien fue) y yo, emprendimos la búsqueda de las cuevas. Estuvimos tranquilamente una hora buscándolas en zigzag, hasta que por fin las divisamos; estaban arriba, a la mitad de una pared. Para llegar a ellas, nos ayudamos de una enorme raíz que corría pegada a la piedra. Subimos. Cuando estábamos en la boca de la cueva, sacamos los implementos que llevábamos expresamente para esa visita allí: agua y unas calcetas de futbolista (¡háganme el favor!). Impregnamos de agua las calcetas y nos las pusimos a manera de cubre boca; al principio solo absorbíamos agua, cuando ya se acabó el exceso de agua, respirábamos con dificultad, pero respirábamos tranquilos. Nos adentramos en la cueva y los pies se nos hundieron en la “arena” de que estaba completamente lleno el piso: reconocimos “el guano”, mientras nos agachábamos para que salieran los murciélagos que salían de su hogar y al que nos estábamos metiendo. El corazón estaba taladrándonos el pecho.

PD. Para los que no sepan que es "el guano" les informo: es la acumulación masiva de excrementos de murciélagos, en este caso, durante decadas.