Llegó sin apenas hacer ruido. Pasaba en las mañanas con el pelo sucio y enredado; caminando despacio, sabiendo que tenía mucho amor que dar a quien quisiera aceptarlo. Rafita mi hijo, que nunca tuvo la virtud de levantarse temprano, lo comenzó a hacer para poder estar un rato con él antes de irse al kinder. Regresando de sus clases, lo buscaba para volver a estar juntos. Mi mujer no lo veía mal, al contrario, admiraba el tesón con que el chiquillo lo buscaba. Yo lo veía indiferente, como si sí, como si no; no veía que le pudiera hacer daño.
–¿Que hacemos ahora? Rafita ya se encariño. –me decía ella entre satisfecha y preocupada. Quizá con anhelo.
–¿Que podemos hacer? Nada. –Contestaba yo sin dar mayor importancia al asunto. Ella solo encogía los hombros, haciendo cara de pena por mi respuesta.
Así pasó otra semana, hasta que fue insostenible la situación tal y como estaba, y pensé, "Ok, si las cosas ya están así, lo más prudente es que haga algo para remediarlas". Hablé con un médico amigo mío para que viniera por él y se lo llevara de allí. Llegó, le di las instrucciones y se lo llevó. Me aseguró que era lo mejor. Ya no tendríamos que lidiar con su suciedad y sus posibles enfermedades. Cuando Rafa llegó, lo buscó, al no encontrarlo por ningún lado, se puso muy triste. Comenzamos a comer y era evidente que a él le estaba afectando mucho la ausencia.
Frente a la casa se paró una camioneta, tocaron el timbre y yo, que estaba esperando esa visita, me paré y recibí al conductor.
–¿Buenas tardes, puedo pasar? –Dijo alegre, contrastando con el ambiente sombrio.
Cuando le di el paso, entró a la cocina con una caja grande, gris.
–Quedó muy bonita –nos informó abriendo la puerta de la caja.
–¿Bonita? –pregunté asombrado.
–Sí –me contestó– abajo de todo ese pelo sucio y enredado estaba una perrita.
Y salió. Era de la mitad de tamaño de como el medico veterinario se la había llevado, estaba bañada, olía bien y tenía unos bonitos moñitos rosas pendiendo de las orejas. El Rafita dejó de comer y se abalanzó a un jubiloso reencuentro.
–Ya la auscultamos completamente –me dijo a mi aparte– y es un animalito sano. Ya tiene todas las vacunas, la desparasitamos y le cortamos el pelo. No te vas a arrepentir de adoptarla. ¡Ha! Y está embarazada.
Yo debí poner cara de asombro y decepción, porque el veterinario me dijo inmediatamente.
–Cuando tenga a sus perritos y los logremos destetar, llámame, yo me los llevo a buscarles hogar.
"En que bronca me metí por sentimental", pensé.
–¿Entonces, nos la vamos a quedar para siempre Papi? –preguntó Rafita.
Por supuesto que yo no iba a permitir permanentemente en mi casa un animal extraño, que aparte, nos llenaría de más animales extraños en poco tiempo, y eso era más suciedad por todos lados. Ya estaba imaginando mi casa llena de popós de perro y con pelos a cada paso. ¡No lo iba a permitir!
–Sí ¡Ya somos seis de familia! –Solo oí un ¡Viva!
–De veras no te vas a arrepentir. –Me aseguró el doctor dándome unas palmaditas en la espalda que a mi me supieron a beso de Judas.
Despedí al amigo veterinario hasta su camioneta y regresé.
–¿Puede dormir conmigo en mi cuarto? –Preguntó el Rafita
–¡Claro!... que no. La perra duerme en el patio, como buena mascota.
–Fifí papi, se llama Fifí.
Yo solo había dado unos veinte pasos a la banqueta de ida y vuelta a despedir al medico, y ¡ya el animal tenía nombre!
–Ojala así se pusieran de acuerdo para otras cosas. –Les dije reprochándoles a los cuatro; Malú grande también estaba muy emocionada.– Bueno, acaban su comida y se van a jugar con la perrita. –Les dije… solo a mi esposa, ya los chiquillos se habían ido a “sacarla a pasear”.
–¡Pero si la pobre perra lo que menos quiere es estar en la calle! ¡De allá viene! –Le comenté a Malú.
–Déjalos, está bien.
Pasó el tiempo y Fifí se hizo habitual en la casa; para mi ni molestia era, cómo un mueble más, sin embargo, sí era un animalito muy sociable. Obviamente dormía fuera.
Hay veces que debido a mi afición por el deporte de tarde–noche se me escapa el sueño, cosa que debido a mi otra afición, la lectura, agradezco. También, debido a que la casa está rodeada de baldíos, de vez en cuando se escabullía dentro de la misma algún simpático ratoncillo negro, al que sin miramientos, unas veces con rifle de aire como diversión, otras veces a escobazos, los mandaba al cielo de ratones. Esa noche se oía uno, pero no lograba ubicar donde, lo más seguro que afuera. “Ya se encargará de él la Fifí” pensé. Sería como la una de la mañana. Más tarde se oyeron dos ratones, lo que me alarmó. Me puse mis botas para poder hacer frente a la invasión masiva de roedores y salí a evitar la infestación de mi casa. ¿Y la perra? Echadota en la tierra durmiendo en lugar de cuidar el espacio que amablemente se le cedió. Ella me volteó a ver apenada de estar durmiendo en lugar de cuidarnos… ¡Inútil! Me acerqué a ella y después me regresé a mi cuarto.
–Malú, la Fifí ya parió, ¿que hago? Los tuvo en la tierra y esta mojada, hay dos y están todos sucios de lodo.
Mi mujer, con el sentido maternal que tiene, entre sueños me dijo:
–Pues límpialos y llévalos a la cobija de Fifí en su casita, a ver si allá tiene a los demás.
–¿Los demás? –Iba a protestar, pero sabía que eso no hubiera servido para que la Fifí no expulsara los otros… si los había.
A la mañana siguiente, después de unas tres horas de hacerle a la partera limpiando perritos tibios, y con unas ojeras que me rodeaban la cara, anuncié a familia.
–¡Niños! ¡Ya somos once de familia! ¡Fifí tuvo cinco perritos!
Esos perritos fueron un huracán de vitalidad en la casa, hasta que Fifí se hartó de ellos y tuvieron que irse. El tiempo que duraron en casa fue felicidad pura. Mis hijos dejaron que los donáramos “para que tuvieran una vida mejor”.
Pero se fue sin hacer ruido.
Era veintidós de diciembre, cenábamos con mi mamá, que es vecina mía y que adelanta la cena navideña para que sus hijos se vayan a las casas de sus otras familias el veinticuatro, y así poder tenernos todos juntos aunque sea unas fechas antes. Yo fui el único que se dio cuenta de su ausencia, salía cada diez minutos para ver si ya había regresado… nada. Tomaba el coche y me daba vueltas al fraccionamiento para ver si estaba atropellada y me regresaba a seguir cenando. No lo comenté esa noche en la cena, los niños estaban muy felices con sus regalos; el problema fue cuando nos despedimos: ya todos se habían dado cuenta de que no estaba y no regresaba.
–¿Va a regresar Fifí, Papá? –Me preguntaba un aún chiquito Rafita muy triste. ¡Pero que decirle!
Nunca la volvimos a ver. Sin embargo, dejó en la familia un hermoso recuerdo de lealtad y agradecimiento. Fue feliz mientras estuvo con nosotros; fuimos felices mientras estuvo entre nosotros. Nos dio todo el amor que sabía que tenía para el que quisiera aceptarlo. Lo aceptamos y le correspondimos. Aun la extrañamos mucho, pero puede más su lindo recuerdo, que el dolor y coraje de saber que nos la robaron.
P.D.1: A las tres personas que me hacen el favor de leerme, les ofrezco una disculpa por el escrito “Monterrey”. No es mi intención escribir aquí de la política o del gobierno, ¿por qué?: Porque es ridículamente fácil, cualquiera puede hacerlo y la política y sus gentes son patéticas. Solamente que tantas muertes inútiles allá, me hicieron encaboronar. (ß Lee bien).
P.D.2: Si tomé el reto éste de escribir semanalmente lo que me venga en gana, es por la envidia que me dio al saber que Arturo Perales Contreras a. “El Quick” ya lo venía haciendo desde hace años. Él, por sus múltiples ocupaciones no lo estaba haciendo semanalmente. He platicado con él y se comprometió formalmente a sacar a la luz un artículo semanal que saldrá todos los jueves. Créanme, esto de escribir no es fácil y es gratificante saber que alguien por ahí te lee. Leer enriquece siempre, venga de donde venga, sea lo que sea; si todos nos tomáramos un tiempo en enterarnos de lo que las personas tienen que decirnos, nos enriqueceremos. El blog de Arturo es www.artar.blogspot.com Ojala que mis tres lectores lo sean también de él.