30 de agosto de 2011

Llegó sin hacer ruido.

     Llegó sin apenas hacer ruido. Pasaba en las mañanas con el pelo sucio y enredado; caminando despacio, sabiendo que tenía mucho amor que dar a quien quisiera aceptarlo. Rafita mi hijo, que nunca tuvo la virtud de levantarse temprano, lo comenzó a hacer para poder estar un rato con él antes de irse al kinder. Regresando de sus clases, lo buscaba para volver a estar juntos. Mi mujer no lo veía mal, al contrario, admiraba el tesón con que el chiquillo lo buscaba. Yo lo veía indiferente, como si sí, como si no; no veía que le pudiera hacer daño.
     –¿Que hacemos ahora? Rafita ya se encariño. –me decía ella entre satisfecha y preocupada. Quizá con anhelo.
     –¿Que podemos hacer? Nada. –Contestaba yo sin dar mayor importancia al asunto. Ella solo encogía los hombros, haciendo cara de pena por mi respuesta.
     Así pasó otra semana, hasta que fue insostenible la situación tal y como estaba, y pensé, "Ok, si las cosas ya están así, lo más prudente es que haga algo para remediarlas". Hablé con un médico amigo mío para que viniera por él y se lo llevara de allí. Llegó, le di las instrucciones y se lo llevó. Me aseguró que era lo mejor. Ya no tendríamos que lidiar con su suciedad y sus posibles enfermedades. Cuando Rafa llegó, lo buscó, al no encontrarlo por ningún lado, se puso muy triste. Comenzamos a comer y era evidente que a él le estaba afectando mucho la ausencia.
     Frente a la casa se paró una camioneta, tocaron el timbre y yo, que estaba esperando esa visita, me paré y recibí al conductor.
     –¿Buenas tardes, puedo pasar? –Dijo alegre, contrastando con el ambiente sombrio.
     Cuando le di el paso, entró a la cocina con una caja grande, gris.
     –Quedó muy bonita –nos informó abriendo la puerta de la caja.
     –¿Bonita? –pregunté asombrado.
     –Sí –me contestó– abajo de todo ese pelo sucio y enredado estaba una perrita.
     Y salió. Era de la mitad de tamaño de como el medico veterinario se la había llevado, estaba bañada, olía bien y tenía unos bonitos moñitos rosas pendiendo de las orejas. El Rafita dejó de comer y se abalanzó a un jubiloso reencuentro.
     –Ya la auscultamos completamente –me dijo a mi aparte– y es un animalito sano. Ya tiene todas las vacunas, la desparasitamos y le cortamos el pelo. No te vas a arrepentir de adoptarla. ¡Ha! Y está embarazada.
     Yo debí poner cara de asombro y decepción, porque el veterinario me dijo inmediatamente.
     –Cuando tenga a sus perritos y los logremos destetar, llámame, yo me los llevo a buscarles hogar.
     "En que bronca me metí por sentimental", pensé.
     –¿Entonces, nos la vamos a quedar para siempre Papi? –preguntó Rafita.
     Por supuesto que yo no iba a permitir permanentemente en mi casa un animal extraño, que aparte, nos llenaría de más animales extraños en poco tiempo, y eso era más suciedad por todos lados. Ya estaba imaginando mi casa llena de popós de perro y con pelos a cada paso. ¡No lo iba a permitir!
     –Sí ¡Ya somos seis de familia! –Solo oí un ¡Viva!
     –De veras no te vas a arrepentir. –Me aseguró el doctor dándome unas palmaditas en la espalda que a mi me supieron a beso de Judas.
     Despedí al amigo veterinario hasta su camioneta y regresé.
     –¿Puede dormir conmigo en mi cuarto? –Preguntó el Rafita
     –¡Claro!... que no. La perra duerme en el patio, como buena mascota.
     –Fifí papi, se llama Fifí.
     Yo solo había dado unos veinte pasos a la banqueta de ida y vuelta a despedir al medico, y ¡ya el animal tenía nombre!
     –Ojala así se pusieran de acuerdo para otras cosas. –Les dije reprochándoles a los cuatro; Malú grande también estaba muy emocionada.– Bueno, acaban su comida y se van a jugar con la perrita. –Les dije… solo a mi esposa, ya los chiquillos se habían ido a “sacarla a pasear”.
     –¡Pero si la pobre perra lo que menos quiere es estar en la calle!  ¡De allá viene! –Le comenté a Malú.
     –Déjalos, está bien.
     Pasó el tiempo y Fifí se hizo habitual en la casa; para mi ni molestia era, cómo un mueble más, sin embargo, sí era un animalito muy sociable. Obviamente dormía fuera.
     Hay veces que debido a mi afición por el deporte de tarde–noche se me escapa el sueño, cosa que debido a mi otra afición, la lectura, agradezco. También, debido a que la casa está rodeada de baldíos, de vez en cuando se escabullía dentro de la misma algún simpático ratoncillo negro, al que sin miramientos, unas veces con rifle de aire como diversión, otras veces a escobazos, los mandaba al cielo de ratones. Esa noche se oía uno, pero no lograba ubicar donde, lo más seguro que afuera. “Ya se encargará de él la Fifí” pensé. Sería como la una de la mañana. Más tarde se oyeron dos ratones, lo que me alarmó. Me puse mis botas para poder hacer frente a la invasión masiva de roedores y salí a evitar la infestación de mi casa. ¿Y la perra? Echadota en la tierra durmiendo en lugar de cuidar el espacio que amablemente se le cedió. Ella me volteó a ver apenada de estar durmiendo en lugar de cuidarnos… ¡Inútil! Me acerqué a ella y después me regresé a mi cuarto.
     –Malú, la Fifí ya parió, ¿que hago? Los tuvo en la tierra y esta mojada, hay dos y están todos sucios de lodo.
     Mi mujer, con el sentido maternal que tiene, entre sueños me dijo:
     –Pues límpialos y llévalos a la cobija de Fifí en su casita, a ver si allá tiene a los demás.
     –¿Los demás? –Iba a protestar, pero sabía que eso no hubiera servido para que la Fifí no expulsara los otros… si los había.
    A la mañana siguiente, después de unas tres horas de hacerle a la partera limpiando perritos tibios, y con unas ojeras que me rodeaban la cara, anuncié a familia.
     –¡Niños! ¡Ya somos once de familia! ¡Fifí tuvo cinco perritos!
     Esos perritos fueron un huracán de vitalidad en la casa, hasta que Fifí se hartó de ellos y tuvieron que irse. El tiempo que duraron en casa fue felicidad pura. Mis hijos dejaron que los donáramos “para que tuvieran una vida mejor”.
    Pero se fue sin hacer ruido.
     Era veintidós de diciembre, cenábamos con mi mamá, que es vecina mía y que adelanta la cena navideña para que sus hijos se vayan a las casas de sus otras familias el veinticuatro, y así poder tenernos todos juntos aunque sea unas fechas antes. Yo fui el único que se dio cuenta de su ausencia, salía cada diez minutos para ver si ya había regresado… nada. Tomaba el coche y me daba vueltas al fraccionamiento para ver si estaba atropellada y me regresaba a seguir cenando. No lo comenté esa noche en la cena, los niños estaban muy felices con sus regalos; el problema fue cuando nos despedimos: ya todos se habían dado cuenta de que no estaba y no regresaba.
     –¿Va a regresar Fifí, Papá? –Me preguntaba un aún chiquito Rafita muy triste. ¡Pero que decirle!
     Nunca la volvimos a ver. Sin embargo, dejó en la familia un hermoso recuerdo de lealtad y agradecimiento. Fue feliz mientras estuvo con nosotros; fuimos felices mientras estuvo entre nosotros. Nos dio todo el amor que sabía que tenía para el que quisiera aceptarlo. Lo aceptamos y le correspondimos. Aun la extrañamos mucho, pero puede más su lindo recuerdo, que el dolor y coraje de saber que nos la robaron.

P.D.1: A las tres personas que me hacen el favor de leerme, les ofrezco una disculpa por el escrito “Monterrey”. No es mi intención escribir aquí de la política o del gobierno, ¿por qué?: Porque es ridículamente fácil, cualquiera puede hacerlo y la política y sus gentes son patéticas. Solamente que tantas muertes inútiles allá, me hicieron encaboronar. (ß Lee bien).
                                                               
P.D.2: Si tomé el reto éste de escribir semanalmente lo que me venga en gana, es por la envidia que me dio al saber que Arturo Perales Contreras a. “El Quick” ya lo venía haciendo desde hace años. Él, por sus múltiples ocupaciones no lo estaba haciendo semanalmente. He platicado con él y se comprometió formalmente a sacar a la luz un artículo semanal que saldrá todos los jueves. Créanme, esto de escribir no es fácil y es gratificante saber que alguien por ahí te lee. Leer enriquece siempre, venga de donde venga, sea lo que sea; si todos nos tomáramos un tiempo en enterarnos de lo que las personas tienen que  decirnos, nos enriqueceremos. El blog de Arturo es www.artar.blogspot.com Ojala que mis tres lectores lo sean también de él.

26 de agosto de 2011

Monterrey

     Hace algunos meses tuve necesidad de tomar un taxi. Me tocó en suerte un taxista de unos sesenta años, pero aun vivaz. Creo, y me precio de eso, que siempre he tratado a las personas con respeto, a todas, más allá de edad, economía, religión etc. Si voy a estar diez minutos, o media hora con alguien encerrado en un carro, platico.
     -Oiga, ¿Qué tan fácil es comprar droga? –Pregunté por el tema de sangrienta moda. Él soltó una carcajada.
     -¿De cual quiere? Si me da una hora y trae dinero, compramos de poquita o mucha de toda la que existe para volar.
     -¿Tan fácil es?
     -Deme una hora y verá.

     En mis tiempos de universitario, estando en clases en ingeniería, uno de mis amigos, que después acabaría vendiendo piedras de un yacimiento de yeso, me llevó aparte y me enseñó algo que traía en su cartera.
     -Mira lo que me regalaron. –Me dijo abriendo una hoja de libreta que tenia hierba verde pulverizada.
     -¿Es…?
     -Sí güey, es marihuana, me la regalaron hace un rato.
     Estoy hablando de hace veinticinco años, en los 80s`. ¿Se acuerdan de Caro Quintero? ¿De don Neto? ¿Miguel Ángel Félix Gallardo?
      También me puedo referir a los 90s` con el asesinato de Posadas en Guadalajara, Raúl Salinas el “hermano incomodo”, del asesinato de Paco Stanley y su relación con Amado Carrillo.
     Tiempos del PRI.
     ¿Década pasada?  El nefasto sexenio de un patético ranchero, egocéntrico e ignorante donde los hay, que dejó al país con las piernas pegadas a la cabeza.
     ¿Este año?
     ¡Ya!
     Antes el PRI por “listos” (iba a poner corruptos), tenían al país en una calma disfrazada.
     Ahora el PAN por “cándidos” (iba a poner idiotas) nos tienen en una situación con el Jesús en la boca.
     Los dos han fracasado y nosotros pagamos por ellos.
     Yo, por medio de ese entrañable amigo, tuve marihuana en las manos, no la fumé, nunca me he drogado y no lo voy a hacer… tuve ese ejemplo en casa.
     Ayer, unos imbéciles cometieron un acto de brutal terrorismo en Monterrey, ciudad entrañable en la que viví una temporada. Es posible que el problema no haya tenido que ver con el narcotráfico directamente, pero nace de ahí. Los criminales, que se les están cerrando las puertas del comercio de sustancias, se están trasladando a otros “negocios”. Al parecer la carnicería de ayer fue motivada por una extorsión no pagada. Llevamos muchos muertos por la “guerra al narcotráfico”, y seguirán. Yo, que viví en un tiempo en el que te podías salir a la calle a cualquier hora del día o de la noche, quiero lo mismo para mis hijos. Se tienen que despenalizar las drogas, punto. El que se quiera embrutecer y dañarse solo, que lo haga. La drogadicción existe, va a existir y es fácil conseguir droga; mejor es regularla como el vino o los cigarrillos. Posiblemente esté escupiendo para el cielo porque tengo hijos, pero prefiero esmerarme más en su educación, que vivir con el Jesús en la boca de que me los vayan a matar. Siento mucha pena por las mamás que ayer perdieron a una hija, o los hijos que ayer perdieron a su mamá. Yo tuve drogas en mis manos… y nunca me drogué.


23 de agosto de 2011

Anecdotario Taurino.

PRIMERA    

     Éramos jovencísimos. Yo era futbolista y él torero. ¿Rivalidad? De toda la vida. Nuestra mamá estaba de organizadora del festival taurino del colegio donde los dos (según eso) estudiábamos, coctel dado para que los dos partiéramos Plaza como titulares de cuadrillas distintas. Ya habíamos practicado en la misma Plaza de Toros bajo las indicaciones de un Matador de Toros del que no recuerdo ni el nombre ni el mote. Tres días antes del festejo, mi hermano y yo nos escabullimos a los corrales de la Plaza al saber que había ocho vaquillas. Pasamos como media hora tratando de cortar una (cortar: separar a una del rebaño; juntas huyen, solas, te embisten), cuando lo logramos, Alfredo y yo nos dimos gusto toreándola hasta que el animal se echó de cansancio.
     A Alfredo, que sí le sabe esto del toro, le toco un bicho grande (así también se les llama a los toros dentro del medio), cornivuelto y despitonado del derecho, café…
-¡Así se recibe un toro carnal! –Me dijo retador y se fue a recibir al animal al centro del ruedo de rodillas (de hinojos). El toro salió raudo contra Alfredo, que le pegó un farol que hizo que la gente coreara el “¡Ole!”
     Fue lo único, porque el torito (la res, no mi hijo) salió malísimo: rajado, débil y ciego del ojo derecho. Alfredo, por más que le buscó, no le pudo hacer nada. Abrevió de estoconazo certero; hemorragia profunda y el toro cayó muerto sin necesidad de desnuque (de desnucarlo). Alfredo al final estaba llorando inconsolable. En resumen: el animal buenísimo; el toro, muy malo.
     Como ya me había retado y nunca me he dejado ganar en nada (que no quiere decir que siempre gane), me fui al centro del ruedo antes de que saliera mi animal. Iba caminando tan seguro como puede estar un ser humano que se enfrentará cara a cara con una bestia de más del doble de su peso, y que aparte, saldrá con ganas de partirte en dos. Me arrodillo…
-¡Venga de ahi! –Ordeno al torilero (el que abre toriles) que suelte al animal.
     Y salió. Yo me puse a citarlo (incitarlo) para que me acometiera y poderle demostrar al bravucón de mi hermano que en los faroles también se me da. Nada, el novillo salió he inmediatamente comenzó a correr en rededor. Fastidiado, le perdí la vista y bajé los brazos. Me estaba levantando, cuando gritos me hicieron volver a ver de que se trataba… el animal ya estaba casi sobre mi y no pude hacer mas que levantar el capote en un puro reflejo de defensa. Me arrolló dándome una patada en la boca y rompiéndome el labio por dentro. Después de eso, y ya medida su fuerza, me dediqué a torearlo por Verónicas, quitecito, con los pies bien plantados en el piso (¿que no? ¡Allí están las fotos!). Después invité a Alfredo a torear a la alimón (torear al mismo tiempo, al mismo toro, con distintos capotes), dimos unos seis pases y el remate, logrando una de las fotos mas bonitas que me hayan tomado. Con la muleta igual, pies fijos (¿que no? ¡Allí están las fotos!). A la mitad de la faena con muleta, comencé a oír aplausos inconexos a lo que yo hacía... Se acercaba Malú a torear. Al final, logré arrancarle al novillo las dos orejas que, magnánimamente el Sr. Juez de Plaza, el artista y galán de de cine, Lic. Quirinos (¿que no? ¡Allí están las fotos!) tuvo a bien concederme.

SEGUNDA

     Era un sábado de enero cualquiera, había terminado de trabajar y pasaban de las 3:00 de la tarde; llego al departamento en el que vivíamos Malú y yo aun sin hijos. Ella me recibe y me informa:
-Acaba de hablar Alfredo, que va a soltar tres becerros en el cortijo de los Armilla a las cuatro, por si queremos ir. Solo serán Alfredo y su familia, Tito el hermano de Mary y nosotros, ¿vamos?
     Antes sí, ahora ya no tanto, pero a la hora que oí torear, me subió la adrenalina.
-¿Tu quieres ir? –Pregunte rogando por dentro que sí quisiera ir ella.
-Sí, sí quieres vamos.
-Vamos pues. –“¡Siiiii!” (por decir una expresión), decía para mis adentros.
     Recién llegamos al cortijo, ya habían soltado al más grande de los becerros, unos 250 kilogramos de coraje. Pa pronto pegué un brinco a un burladero, ellos ya iban en la muleta, lié una (la armé) y esperé a que me dijeran que seguía, tenía las piernas tensas de la emoción. Alfredo se acerca a donde estoy y me informa:
            -Tiene mucho genio y está muy fuerte; responde muy bien por derecha pero derrota (cabecea) por naturales (por la izquierda), dale derechazos de preferencia. ¡Venga de ahí!
     Le salgo. Antes mis piernas las tenía tensas, ahora me dolían (¿miedo?). Me arrimo muleta armada en mano derecha, por delante, citando (ya dije que era citar), se arranca y por la derecha era suave, sin reparos (también). Le pago una tanda (una serie) de seis pases y remato, todo bien. Lo dejo descansar caminando alrededor de él. Treinta segundos. Ya acusa cansancio el animal (¡el becerro!). Lo cito de nuevo por derecha, un pase, me repongo (me alejo), otro derechazo, me repongo… ¡pero con el pie izquierdo me piso el derecho y comienzo a caer! El animal se me arranca y solo atino a aventar la muleta lejos de mi, en un intento de que él se vaya para con ella. Sí debí de quitármelo con eso, ya que no recuerdo que me haya atropellado. En la caída, y como no quería perderle la cara al bicho, caí con el codo, lo que me hizo un raspón grande, de la mitad del brazo.
     Después de ese novillo, echaron un mini becerrito muy enfermo, con los pitones (cuernos) muy chiquitos y rotos.
            -Bájate a torear –le grito a Malú.
            -No, hoy no –me contesta también gritando.
            -Ándale, no te pasará nada, esta muy débil –insisto.
     Después de un rato, no se si por aburrimiento, decidió bajarse. Toreamos a la alimón, pero a diferencia de con Alfredo, con un solo capote tomado por las orillas. Cuando el animalito embistió, ella se movió y a vio, por lo que se le echo encima, solté el capote y me abalancé sobre él, abrazándolo del cuello mientras ella salía del ruedo y se iba con Alfredito mi sobrino, que tendría en ese momento un año y pico.
     Ya de regreso en el departamento, me metí a bañar para limpiarme el brazo que tenía todo lleno de sangre y tierra, y de paso, metí a bañar conmigo a mi sobrinito.
            -¡Ahorita vengo! –Me anuncia Malú- Voy a la farmacia.
     Salimos de la regadera, nos vestimos y esperamos. Llega Malú y mi cuñada; ella se va con su hijo. Nos quedamos Malú y yo solos y ella me enseña una especie de pluma.
            -Mira, por esto no quería bajarme a torear.
     Era la prueba rápida de embarazo… Venía en camino la Malusita.

16 de agosto de 2011

Andando

      5:00 am. Voy de una recamara a otra viendo a Malu, después a la Malusita y a Marce. Están sudando las tres porque la casa es un caldero. Me quiero ir; me iré, de eso no cabe duda, pero quisiera no irme. Les doy un beso sin despertar a las niñas; mi mujer me sale a despedir cuando pasa por mi quien nos llevará al aeropuerto. Doy un beso rápido y me subo sin voltear.
     Llegamos a la terminal aérea y Marcela saluda a un amigo suyo que es también el capitán del avión que nos llevará a la capital. Abordamos. Roberto, que así se llama el capitán, hace que una azafata nos pase de clase turismo a clase premier. De lata de sardinas a camas con respaldo y televisión propia, ¡genial!
     -¿No quieres volar conmigo en la cabina? –Me pregunta el capitán. “¿Y dejar esta comodidad?” Pienso.
     -No gracias, te agradezco mucho. –Rechazo amable.
      No pasó un minuto antes de que me diera cuenta de la torpeza que estaba a punto de cometer.
     -Señorita, dígale al capitán que sí quisiera volar con él en la cabina.
     El vuelo atrás, en la zona de pasajeros se sufre por la incertidumbre; en la cabina, se goza. Es segurísimo despegar y aterrizar, es más, es lo único que hacen los hombres, el resto del viaje lo empleamos en leer periódicos, tomar café, platicar y fumar (atrás no se permite). Llegamos a la monstruosa Ciudad de México.
     El vuelo que nos llevará a nuestro destino final sale diez horas después de nuestro arribo a la capital. Pregunto qué partido de futbol hay, me informan que Cruz Azul vs Chivas; me despido de Marcela y le prometo regresar en cuatro horas. El día pinta genial, no se desplomó el avión de la mañana y los cementeros barren al Guadalajara 3-0.
     El segundo vuelo es tedioso, salimos a las 18:00 hrs. Ahora sí vamos en clase turista, afortunadamente el avión es grande y podemos estirar los pies caminando por toda la nave. Hay una enorme televisión que va indicando donde se encuentra el avión en el mundo en ese momento. Aburrido.
     Cuando llegamos a nuestro destino, nos bajan en mitad de la pista para que caminemos hasta la terminal. ¡Hombre! Después de once horas sentados nos hacen caminar de súbito; por eso tienen la fama que tienen.
     Algo anda mal, los taxistas están en orden y son muy respetuosos. Un oficial nos indica cual es el de nosotros y el chofer se aproxima a cargar nuestras pertenencias y las mete en el maletero.
     -Carrera de San Jerónimo 5 por favor. –Le indica Marcela.
     Veo de perfil al taxista. “Este ha de ser terrorista”, especulo.
     Llegamos al mesón, que es una toda planta de un edificio cualquiera, convertido en hospedería de muy buen gusto. Metemos las maletas nosotros, allá no hay “botones” (gracias a Dios). Es la una de la tarde y me tiro en la cama a descansar. Recapacito de nuevo. Pego un salto, me baño, me visto y me preparo para salir.
     -¿Descansa un rato? –Me recomienda Marcela.
     -Descanso cuando regrese a Aguascalientes.
     -Vámonos pues. –Me dice animada.
     Caminamos unos cincuenta metros y llegamos a La Puerta del Sol, centro neurálgico de Madrid y de toda España, llena de comercios y de un bullicio que contagia. Seguimos a la magnífica Plaza Mayor con estatua ecuestre de Felipe III en el centro, sus cafés al aire libre en rededor y la Casa de la Panadería; vamos a el Teatro Real y el extraordinario Palacio Real con la catedral de La Almudena a un lado, patrona de esta ciudad.
    Al día siguiente, fuimos a sacarnos las fotos obligadas: la de La Puerta de Alcalá y La Fuente de Cibeles. En este momento del viaje, todo lo que veía me parecía majestuoso. Pasamos de “compras” a El Corte Inglés, extraordinaria cadena de tiendas, mezcla de Palacio de Hierro y Comercial Mexicana. Visitamos la estación de Atocha, celebre después por los atentados que imbéciles religiosos llevaron a cabo en ella. Fuera de Atocha, pasé apuros con cinco gitanas que me quisieron robar. En Madrid todo mundo anda de prisa y nadie está preocupado por los Etarras. Por la tarde vamos a visitar el Santiago Bernabéu; Marcela no entra, ella va por el automóvil que nos llevara más allá de esta gran ciudad. Entro para ver si no nos han dorado la píldora en México haciéndonos creer que allí se reconoce a Hugo Sanchez. Sí, en Madrid, los madridistas adoran al mexicano, están agradecidos y lo demuestran. Ya para entonces Marcela me manda un sonido por el pequeño radio portátil y me avisa que ya le entregaron el auto. Voy con ella y me doy cuenta que nos dieron un estupendo Renault Megane. Lo llevo hasta la calle de Sevilla, donde hay un estacionamiento subterráneo, a solo unos pasos del hostal.
     A la mañana siguiente, a las seis de la mañana salimos rumbo al norte, a Zaragoza. No mucho que ver allí, aparte de la monumental Basílica erigida a la Virgen del Pilar, devoción que data desde el año cuarenta de nuestra era (¡casi 2000 años!). La Basílica es impresionantemente grande, y cómo suele suceder, la imagen pequeñísima. Unas ruinas romanas completan nuestra rápida pasada por la capital de la Comunidad Autónoma de Aragón. El tiempo apura, vamos atrasados por un incidente que me dejo encorajinado (y que merece mención otro día). Tomamos carretera rumbo a los inmensos Pirineos, llevamos destino en el Santuario de la Virgen de Lourdes.
    Los pirineos son impresionantes, descomunales, con paisajes sacados del cuento de Heidi y su abuelo (¿o será al revés?). Estamos a miles de metros sobre el nivel del mar, y para arriba se ven peñascos a los que llegar seguramente nos llevarían varios días de caminata. Portentosos.
     La llegada a Lourdes la hicimos a las 6:00 pm, nos hospedamos en un hotel pequeño, antiguo (allá todo lo es). El posadero, español él, nos apuró.
     -Vayan al Rosario Viviente, no se lo pueden perder.
     “¡Cállate anciano! Yo no vine a Europa a rezar”, pienso cansado del viaje.
     -Sí vamos a ir, gracias. –Contesta marcela.
     Nos metemos al cuarto, dejamos las maletas y salimos. Ya oscureció. Las ciudades en Europa tienen en común que casi todas se fundaron a la rivera de un rio, para atravesarlos, hay puentes. Más allá de un pequeño puente peatonal, vemos las puntas de las torres del Santuario iluminadas, al atravesarlo, estaremos en el atrio. Estando en el puente y cuando alcanzamos a ver todo el conjunto del Santuario, el corazón de Marcela y el mío se sobrecogen. No puedo ver bien el camino, a pesar de que hago enormes esfuerzos, las lágrimas se me salen; volteo a ver a Marcela… ella no lucha contra sus sentimientos, está llorando abiertamente. Los dos estamos conmocionados. Miles (literalmente) de personas van caminando con velas encendidas y rezando. Después de reponerme (que es un decir), nos unimos al rosario. Nunca he sido partidario de los excesos de la religión, que los tiene, pero en este momento pienso que tanta gente no puede estar equivocada. Pasamos rezando una media hora más, que se fue rápidamente, sin tedio. Cuando se termina el rosario y la gente se dispersa, vamos al frente del santuario. Triste. En camastros, en sillas de ruedas y en todo cuanto los familiares los pudieron hacer llegar, seres humanos increíblemente enfermos, algunos que nunca han movido un dedo, esperan que los baños que recibirán a la mañana siguiente provenientes de las aguas de Lourdes, les den la oportunidad que la vida les negó. Esa es la definición de FE más pura que yo he visto jamás.

PARTE UNO DE CUATRO.  (No sé, pero no necesariamente serán semanas seguidas.)  
     Seguiré tocando algunas ciudades someramente, como hoy con Zaragoza, solo cómo una secuencia del viaje; me extenderé en las ciudades grandes o en aquellas pequeñas que hayan dejado huella en mi por alguna razón especial.

9 de agosto de 2011

¡Cuidado con la serpiente, te va a morder!...

¡Cuidado con la serpiente güey, te va a morder!... –dije sorprendido- ¡Ah! No es una víbora, ¡eres tú!

Calculo que fue hace como treinta y cinco años que supimos de la existencia del otro. Ni nos imaginabamos que íbamos a pasar lo que pasamos. Con él y en su casa fue donde conocí por primera vez los síntomas de estar "ligeramente borrachisimo", para al día siguiente, con la espantosa y aun desconocida resaca, recibir la terrible reprimenda del santísimo padre Manzo (que en gloria esté). Con el tiempo eso se acabó, me refiero a los extraños síntomas del exceso, se volvieron habituales... siempre en su casa. Yo me precio de ser su más cercano confidente, sin contar a Germán, Ángel, Malú, Pilar, Renan... ¡Muy bien! Aceptado, tenía varios, y a todos nos hacia sentir que éramos el más importante. "Pinche Guerejo, ¿quién es mi brother del alma?" preguntaba levantando su cerveza, inmediatamente le respondía ¡YO! levantando la mía, y pensaba, "y Germán, Ángel, Griselda, Alicia...” pero sin envidia, sabiendo que así era ese hombre. También era implacable con quien no quería, pero tampoco se andaba por las ramas; “Mendigo naco del Teacher (también, que en gloria esté), me cae de la ch#@+*da”. En el colegio fue siempre en Cupido, aunque nadie le pidiera serlo. Él fue por el que, en primero de secundaria, conocí a la ahora Cocinera Boxeadora, que en ese entonces llenaba completamente mis ojos; fue en una fiesta en casa de Claudia “La Leona” por el rumbo de donde vivía yo. Fue también el fallido promotor sentimental de la misma “Leona” con mi compadre el minero.

Anécdotas, muchísimas: Una vez, aun solteros, jugamos juntos una final de volibol playero (se juega con solo dos jugadores) en el Campestre de Aguascalientes después de ganar cuatro partidos seguidos, la perdimos; lo curioso es que ni pintábamos para ganar un solo partido. La vez que fuimos a Aguascalientes a ver a la (en aquel tiempo) preciosa Alejandra Avalos y que casi nos cuesta la vida por un imbécil al mando de un Flecha Amarilla. ¡Na! Sería imposible poner las anécdotas en este espacio… y ocioso, ya que al final, son de nosotros. (Principalmente de Él, mi compadre el minero, mi compadre el telefonista, el optometrista y yo). Vinieron alejamientos y acercamientos, pero siempre nos interesábamos por nosotros cinco.

Creo, y lo creo sin temor a equivocarme, que soy la única persona que en un mano a mano, lo he puesto borracho sin yo sufrir daño. Fue en una Feria de San Marcos; algo traía (ajá) que comenzó a beber sus ya acostumbradas turbo, que es tomarse toda la cerveza de la botella en cinco segundos. Como pude, me hice pato y el siguió con cubas, pero el infeliz, salía de un bar tras otro siempre con cuatro bebidas: ¡ándale mí Guerejo, una de hidalgo! (De los que lo conocieron bien, saben a qué me refiero). Unas horas después iba yo por la banqueta con él colgado del lado de la calle. “¡Rafita, Rafita!” decía, se aflojaba y vamos al piso los dos… Así me hizo unas tres veces y acabábamos tirados en el suelo, hasta que lo cambie de lado, yo de lado de la calle y el del lado de la pared, “¡Rafita, Rafita!” Y con mi cuerpo lo prensaba contra el muro. Eran las cinco de la mañana y el infeliz (así decía él) ya estaba despierto a las nueve, platicando con mi mamá, como si ningún exceso hubiera tenido lugar la noche anterior… ¡diciéndole que YO me había emborrachado!

Por él también supe que los papás de uno se pueden morir. Estaba yo jugando mi deporte favorito un domingo, que creo que era rayuela, cuando a la mitad del juego llegó mi papá. ¡Por fin me venía a ver jugar mi papá! Él, viéndome jugar, platicaba con "Vale" nuestro entrenador. En el fútbol (y en cualquier otro deporte) siempre me he roto el alma aunque sea una cascarita; pues ese día que mi gigante por fin había ido a verme, me iba a acabar el corazón para que viera que clase de jugador era su hijo. "¡Arbitro, cambio!" Grito el profe.  "¡Rafa, sales!"... ¡Achis! A mí nunca me han sacado, ¡no me pueden sacar ahora que por fin me vino a ver jugar mi papá!  Me le quedo viendo a Vale con cara de “No mms", pero sí, era yo el que salía. Me tomó del hombro y me dijo: vengo por ti porque se acaba de morir el papá de tu amigo. Me subí al coche asombrado, y me llevaron al funeral, yo iba pensando ¡ya no tiene papá! ¿Podrá sobrevivir a eso? Años después sabría yo que sí es posible vivir después de semejante desgracia.
Ya en la última etapa de su vida le entregué un trabajo literario mío, del que por ahora solo lo tienen unas cuantas personas. Le leí unos capítulos, pero fue imposible terminárselo, me imagino que ahora ya sabe de qué trata y cómo termina. Se vio muy sorprendido cuando lo tuvo en sus manos, preguntándome sorprendido, ¿Tú escribiste esto?

Se fue. Se hizo amada sombra. Se volvió recuerdo, de los recuerdos que sacan una sonrisa. Su partida hizo, como siempre, que sus virtudes se engrandecieran y sus defectos desaparecieran… y se lo merece. Ojala nos lo merezcamos todos nosotros cuando nos toque hacer ese viaje.

El titulo de esta columna viene de algo que pasó en un viaje que hicimos a Torreón, Coahuila, con motivo de la graduación de otro entrañable amigo. Después de varios refrescos y conducir por horas para llegar a aquel destino, hubo la necesidad de hacer una escala “sanitaria”, pero como no llegaríamos a tiempo a una gasolinera que tuviera “sanitarios”, decidimos, como buenos mexicanos, pararnos en la carretera para “aliviarnos”. Cada uno adoptó su poste de la cerca de púas y comenzamos de manera clásica: viendo al horizonte de frente, mano izquierda en la cintura. Ya casi acabado nuestro apuro, le comenté algo, cualquier cosa, y volví la vista hacia él, fue cuando sorprendido ante lo que vi, dejé escapar esa expresión.

2 de agosto de 2011

Mi primera vez.

¡Ha, Esto de escribir!
Alguna vez escribí que somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos; somos por que hay memoria, pero para no confiarnos en ella, que luego nos falla, lo escribimos.
Estoy frente a un teclado, sustituto de la pluma de ganso y la tinta china que seguramente uso Cervantes para regalarle a la humanidad el Quijote, pero sin saber en el lio en que me he metido.
Alguna vez también escribí algo referente a la ausencia de mi amadísimo papá, pero creo que es imposible repetir semejante cosa, eso fue solo un soplo divino de los que solo se dan una vez en la vida.
Pero tratando de hacer un esfuerzo, quise retarme a esto de escribir periódicamente.
Ya lo dijo mi abnegada mujer cuando la obligue a hacer un prólogo literario: se escribe para trascender.
Todos hemos, en algún momento de nuestra vida, escrito algo: cartas de amor, resúmenes, felicitaciones o dedicatorias con el único fin de dejar constancia de nuestro paso por la escuela o de nuestro inmenso amor a la amada, etc.
El motivo de este blog no es otro más que el placer que me produce escribir. No será una columna especializada en nada, pero será mí columna. En ella pondré mí punto de vista de lo que yo quiera escribir.
Lectores creo que tengo tres seguros: Malú, mi amada compañera, Alicia mi benevolente comadre y German, mi paciente compadre; de mi compadre Ángel, aspiro a que algún día no tenga nada que hacer y se tope con alguna de estas cosas... ojalá no acabe diciendo: "¿Ya ven? Se los dije, mejor me pongo a ver monitos en la tele". A esos lectores, si se les suman más, será una bendición.
Va pues.