12 de junio de 2012

Dominando a la naturaleza. La historia de un campamento. 3




Después de que salieron algunos murciélagos que hábilmente nos evadieron lanzándonos chillidos, comenzamos a meternos en la cueva por un pasillo que se iba haciendo más angosto y más bajo, al punto de que solo cabía uno a la vez; entre esa situación, el caminar entre desechos fecales de murciélagos acumulados por décadas, estar adentrándonos en lo que se notaba oscuridad total y el desconocimiento de cuantos animales más de esos había dentro, afectaba nuestra entereza… Pero seguimos adelante. Cuando terminó el pasillo y ya caminábamos en la oscuridad total, éste nos llevó a la galería principal: un enorme espacio de por lo menos quince metros de alto, unos veinte de largo y diez de ancho; allí, la capa de guano era del doble de lo que habíamos caminado en el pasillo; las baratas linternas que traíamos alcanzaban a iluminar la cueva por estar ésta absolutamente lóbrega. En una parte del piso había una mancha diferente de guano, más negra que en el resto de la cueva, se notaba húmeda; cuando lanzamos para arriba la luz de las linternas, nos dimos cuenta de que la provocaba una aglomeración de unas decenas de murciélagos suspendidos del techo boca abajo. Al aluzarlos directamente, comenzaron a volar dentro de la cueva y nosotros, que ya sabíamos que no nos harían nada, viéndolos. Después de un rato dentro y de que no había nada más que ver, salimos dispuestos a irnos al campamento. Dejamos en la entrada las calcetas-cubre-bocas y usamos la raíz para bajar. La llegada al rio, a unos cincuenta metros abajo fue rápida y divertida, solo íbamos brincando para caer en tierra suave o deslizándonos por la misma con las sentaderas a tierra… un santiamén. Al llegar al campamento, no recuerdo los demás, pero yo me quité la ropa que traía y la arrojé a la fogata, no quería problema con hongos de guano de murciélagos. Contamos la anécdota a los que no se quisieron arriesgar y yo me dispuse a hacer una cosa que traía en manos. Ya estaba oscureciendo.

Comencé a hacer un agujero en una pendiente del cerro muy cerca de la fogata; cuando ya tenía una pequeña cueva de unos cuarenta centímetros de profundidad horizontal y me cabía la parrilla, al fondo le hice otro agujero mucho menor y vertical a modo de chimenea o respiradero. Le metí brazas vivas de leña, la parrilla y me puse a batir los ingredientes con mi tenedor, y cuando hube acabado, lo metí y tapé mi “horno” con piedras. ¡Otra vez las cejas levantadas hacia el loco del Rafael! A la media hora saqué un pastel hecho en un horno no rustico, rustiquísimo; desgraciadamente la parrilla se movió y se quemó una cuarta parte del pastel, pero aun así quedó delicioso; el que sí comió y no porque le haya ofrecido, fue “El Parchís”, que alargó la mano y me quitó un pedazo.

-Mira tú, sí que ha quedao bueno.

Los demás cenaron no se que, ¿yo? Uno de los más  ricos pasteles de mi vida.

Esa noche jugamos unas escondidas medias raras que se llamaban “asecho”, lo mejor de ese juego fue que alguien se quitó la playera y se puso a arrastrarse así hasta que las hormigas hicieron que el juego se acabara, tenía por todo el torso.

Las guardias esa noche fueron en el mismo orden. Al día siguiente nos fuimos a nadar otra vez a las cascadas unas dos horas, después nos pusimos a levantar el campamento y fue donde Arturo Perales comenzó con su lucha.

-Hay que cantar la canción de despedida de los scout en torno a la fogata.

Por qué perder las esperanzas de volverse a ver,
Por qué perder las esperanzas si hay...

-Si, al rato la cantamos “Quick”, ahora hay que levantar el campamento. –Urgía Raymond.

Y todos a lo de cada quien.

-Bueno, yo ya acabé, ¡vamos todos!

Por qué perder las esperanzas de volverse a ver,
Por qué perder las esperanzas si hay tanto…

-¡Espérate Arturo, al rato la cantamos!

Era dialogo de sordos, uno queriendo cantar la canción, los demás en friega levantando sus cosas; justo es decirlo, Arturo también. Emprendimos la caminata de regreso a Santa Catarina para tomar el “pollero” de regreso a San Luis. Íbamos platicando de lo bien que lo pasamos y de lo bien que…


Por qué perder las esperanzas de volverse a ver,
por qué perder las esperanzas, si hay tanto querer;
no es más que un hasta luego,
no es más  que un simple adiós,
muy pronto junto al fuego, nos reunirá el Señor.


Total que nos pusimos a cantarla hasta el final cuando ya íbamos caminando. Definitivamente fue una aventura muy linda y llegaba a su fin. Fueron dos noches y tres días en los que nos convertimos en unos verdaderos exploradores. El cantar lo que nos proponía Arturo Perales valía la pena… por supuesto que lo valía.

3 comentarios:

  1. Que valioso, recuperar por escrito esas vivencias y ... porque perder las esperanzas de volverse a ver.. !!!

    ResponderEliminar
  2. Padrisima aventura y que memoria amigo! Gracias por tanto detalle que hace que uno este ahi en medio de la accion, y de paso, No haz llevado ahi a tus hijos y a Malu? ojala que si :) excelente relato!

    ResponderEliminar
  3. Excelente relato, como siempre. Espero que tu familia lo disfrute tanto como yo y me quedo deseando que ya sea martes para leer la próxima aventura. Gracias por compartir y saludos

    ResponderEliminar