22 de mayo de 2012

Dominando a la naturaleza. La historia de un campamento.



         Era un viernes cualquiera de segundo de prepa. Dos de la tarde. Fuera del colegio nos esperaba la camioneta Nissan gris cargada de todos los arreos que juntamos un día antes en casa de Ricardo Raymond. Éramos siete. La mayoría habíamos conseguido todo pidiendo las cosas prestadas. Carlos Alejandro Martínez nos había surtido de mochilas de campamento verdes de lona; él sí era un verdadero explorador. Los ánimos estaban exaltados, nos iríamos de campamento tres días a un lugar que conocíamos como “El ahuacatal” de Santa Catarina, en la sierra, rumbo a la huasteca potosina. Tratamos de ser lo mas pragmáticos posible, llevábamos comida enlatada, pan Bimbo, etc. Algunos papás estaban allí para despedir a sus “aventureros” hijos. Mi mamá por supuesto no fue. Mi papá sí, llegó cargando una bolsa que rompía con nuestro “pragmatismo” en el abastecimiento de víveres.

-Toma, les traje estos bolillos, son ciento cincuenta. –Y los echó a la camioneta arriba de todas las cosas. Mis colegas exploradores no dijeron nada con palabras, pero me fulminaron con los ojos.
-Pero papá, la bolsa está enorme, está muy estorbosa. –Alcancé a decir avergonzado de tener que desairarlo queriendo él, solo ayudar.
-Confía en mí, llévatela.

         Imposible decirle que no, era su voluntad de ayudar y esas cosas no se desprecian… muchísimo menos viniendo de él; ya vería como hacerle para cargarlos. Nos despedimos de los papás como quien va a hacer un viaje larguísimo y emprendimos el camino a la antigua central camionera en carros distintos. Cuando llegamos, me llovieron  las protestas.

         -Eh Rafa, a ver como le haces, pero tú te llevas los bolillos, yo no te ayudo, quedamos en no llevar bultos grandes. –Me dijo alguien.
         Sí, yo me los llevo. –Solo eso me quedaba decir.

         Salimos en un autentico y tradicional camión “pollero”; algunos íbamos sentados en el pasillo y otros parados… pero todos muy contentos. Los que ya fumábamos, nos habíamos hecho de varias cajas de “La Carmencita”, unos cigarros sin filtro en caja blanca; obvio, faltaba más, no íbamos a llevar cigarros “modernos” a un lugar inhóspito. Llegamos, nos apeamos del autobús y cargamos cada quien sus cosas. Los reproches cambiaron a burlas cuando se dieron cuenta de mis problemas para cargar la bolsa de bolillos, mi sleeping y mi mochila.

         -¡No te apures Rafa! ¡Ya casi llegamos! Falta más de una hora y media de camino a pie.

         Comenzamos la caminata guiados por Ángel que era el que conocía el camino. ¿Y los ánimos? Más allá de las nubes; ¡éramos los más osados e intrépidos exploradores del siglo XX! Solo seguiríamos el camino andado… ¡Fácil! La marcha iba llena de bromas y comentarios jocosos, nadie se dejaba de nadie y todos atacábamos; el ambiente era extraordinario. A mi me traían jodido por mi bolsota de bolillos, pero ya me había acomodado y mi paso era firme e inquebrantable, como el de todos. Pero que comienza a anochecer. La plática menguaba y se hacía menos ruidosa.

-¿Vamos por el camino correcto Ángel?
-Sí, vamos bien, es por acá arriba… no, es por abajo, regrésense. Estamos buscando una casita blanca.

         Seguimos caminando, internándonos más en la sierra. Ya había oscurecido por completo y todos llevábamos las lámparas en la mano, menos Renán, él traía una molestosa lámpara en la frente que cuando te volteaba a ver, te deslumbraba. La moral no estaba como al principio ni mucho menos. Hablamos entre nosotros para ver si nos quedábamos a dormir en la orilla del camino, pero dominó la idea de que continuáramos un poco más. Ya íbamos callados y cansados. Al fin encontramos la casita de que nos hablaban y una vereda junto a ella; nos adentramos allí. Comenzamos a escuchar el ruido del agua y el ánimo regresó como por arte de magia. ¡Allí estaba el rio!

         -Del otro lado está nuestro destino. –En la rivera, me imagino que fue Ángel el que lo dijo, él era el único que había estado allí antes.

No estaba profundo ni caudaloso. Una hilada de piedras hacía las veces de paso de un lado a otro. Comenzó el primero, ¿Quién? Raymond; pasó bien. Siguieron varios hasta que le tocó el turno al “Güero” Sánchez Nieto que traía una casa de campaña al hombro; pisó mal y en el intento de no caer al agua, lanzó la tienda de campaña corriente arriba; el rio tuvo la decencia de regresársela a las manos toda mojada. Pasamos todos y llegamos a un gran calvero donde tendimos y levantamos las casas de campaña. Por fin pude descansar de la enorme bolsa de bolillos que mi gigante me había llevado. Hicimos una fabulosa fogata y nos sentamos a cenar. Las fogatas son hipnóticas. Comenzamos a platicar historias de miedo, cada uno una, todos escépticos, todos levantando la ceja burlonamente, hasta que acabamos de contar.

-Voy a hacer pipí. –Dijo uno.
-Espera, yo también. –Dijo otro
-Y yo.
-Ahí voy.
-De una vez.
-Sale, vamos.
-Los acompaño.

¿Miedo? Ninguno quería estar solo, ni para alejarse a hacer del baño, ni para quedarse solo en la fogata. No hay foto de eso, no había quien la tomara. Era tanta la aprensión que teníamos por las historias de terror, que estábamos los siete formados en fila india haciendo pipí.

Ya estábamos esa noche en nuestro destino después de una deliciosa caminata que no llegó a romper la armonía del viaje. Nos quedaban dos noches por delante y muchísimas aventuras de día. Nos repartimos las “guardias” y nos metimos los demás en las tiendas de campaña a descansar.

Definición: Calvero: m. Paraje desprovisto de vegetación en un bosque.
.
INVITADO: Esta semana se me antoja que nos acompañe Jorge Esquivel, seguramente será interesante leer lo que nos tiene que contar.


 

2 comentarios:

  1. Compadre ... Ahora si, sin comentarios, esperando ansiosamente la continuacion del relato ... Ole !!!

    ResponderEliminar
  2. NO se vale, quiero seguir leyendo el relato...

    ResponderEliminar