16 de agosto de 2011

Andando

      5:00 am. Voy de una recamara a otra viendo a Malu, después a la Malusita y a Marce. Están sudando las tres porque la casa es un caldero. Me quiero ir; me iré, de eso no cabe duda, pero quisiera no irme. Les doy un beso sin despertar a las niñas; mi mujer me sale a despedir cuando pasa por mi quien nos llevará al aeropuerto. Doy un beso rápido y me subo sin voltear.
     Llegamos a la terminal aérea y Marcela saluda a un amigo suyo que es también el capitán del avión que nos llevará a la capital. Abordamos. Roberto, que así se llama el capitán, hace que una azafata nos pase de clase turismo a clase premier. De lata de sardinas a camas con respaldo y televisión propia, ¡genial!
     -¿No quieres volar conmigo en la cabina? –Me pregunta el capitán. “¿Y dejar esta comodidad?” Pienso.
     -No gracias, te agradezco mucho. –Rechazo amable.
      No pasó un minuto antes de que me diera cuenta de la torpeza que estaba a punto de cometer.
     -Señorita, dígale al capitán que sí quisiera volar con él en la cabina.
     El vuelo atrás, en la zona de pasajeros se sufre por la incertidumbre; en la cabina, se goza. Es segurísimo despegar y aterrizar, es más, es lo único que hacen los hombres, el resto del viaje lo empleamos en leer periódicos, tomar café, platicar y fumar (atrás no se permite). Llegamos a la monstruosa Ciudad de México.
     El vuelo que nos llevará a nuestro destino final sale diez horas después de nuestro arribo a la capital. Pregunto qué partido de futbol hay, me informan que Cruz Azul vs Chivas; me despido de Marcela y le prometo regresar en cuatro horas. El día pinta genial, no se desplomó el avión de la mañana y los cementeros barren al Guadalajara 3-0.
     El segundo vuelo es tedioso, salimos a las 18:00 hrs. Ahora sí vamos en clase turista, afortunadamente el avión es grande y podemos estirar los pies caminando por toda la nave. Hay una enorme televisión que va indicando donde se encuentra el avión en el mundo en ese momento. Aburrido.
     Cuando llegamos a nuestro destino, nos bajan en mitad de la pista para que caminemos hasta la terminal. ¡Hombre! Después de once horas sentados nos hacen caminar de súbito; por eso tienen la fama que tienen.
     Algo anda mal, los taxistas están en orden y son muy respetuosos. Un oficial nos indica cual es el de nosotros y el chofer se aproxima a cargar nuestras pertenencias y las mete en el maletero.
     -Carrera de San Jerónimo 5 por favor. –Le indica Marcela.
     Veo de perfil al taxista. “Este ha de ser terrorista”, especulo.
     Llegamos al mesón, que es una toda planta de un edificio cualquiera, convertido en hospedería de muy buen gusto. Metemos las maletas nosotros, allá no hay “botones” (gracias a Dios). Es la una de la tarde y me tiro en la cama a descansar. Recapacito de nuevo. Pego un salto, me baño, me visto y me preparo para salir.
     -¿Descansa un rato? –Me recomienda Marcela.
     -Descanso cuando regrese a Aguascalientes.
     -Vámonos pues. –Me dice animada.
     Caminamos unos cincuenta metros y llegamos a La Puerta del Sol, centro neurálgico de Madrid y de toda España, llena de comercios y de un bullicio que contagia. Seguimos a la magnífica Plaza Mayor con estatua ecuestre de Felipe III en el centro, sus cafés al aire libre en rededor y la Casa de la Panadería; vamos a el Teatro Real y el extraordinario Palacio Real con la catedral de La Almudena a un lado, patrona de esta ciudad.
    Al día siguiente, fuimos a sacarnos las fotos obligadas: la de La Puerta de Alcalá y La Fuente de Cibeles. En este momento del viaje, todo lo que veía me parecía majestuoso. Pasamos de “compras” a El Corte Inglés, extraordinaria cadena de tiendas, mezcla de Palacio de Hierro y Comercial Mexicana. Visitamos la estación de Atocha, celebre después por los atentados que imbéciles religiosos llevaron a cabo en ella. Fuera de Atocha, pasé apuros con cinco gitanas que me quisieron robar. En Madrid todo mundo anda de prisa y nadie está preocupado por los Etarras. Por la tarde vamos a visitar el Santiago Bernabéu; Marcela no entra, ella va por el automóvil que nos llevara más allá de esta gran ciudad. Entro para ver si no nos han dorado la píldora en México haciéndonos creer que allí se reconoce a Hugo Sanchez. Sí, en Madrid, los madridistas adoran al mexicano, están agradecidos y lo demuestran. Ya para entonces Marcela me manda un sonido por el pequeño radio portátil y me avisa que ya le entregaron el auto. Voy con ella y me doy cuenta que nos dieron un estupendo Renault Megane. Lo llevo hasta la calle de Sevilla, donde hay un estacionamiento subterráneo, a solo unos pasos del hostal.
     A la mañana siguiente, a las seis de la mañana salimos rumbo al norte, a Zaragoza. No mucho que ver allí, aparte de la monumental Basílica erigida a la Virgen del Pilar, devoción que data desde el año cuarenta de nuestra era (¡casi 2000 años!). La Basílica es impresionantemente grande, y cómo suele suceder, la imagen pequeñísima. Unas ruinas romanas completan nuestra rápida pasada por la capital de la Comunidad Autónoma de Aragón. El tiempo apura, vamos atrasados por un incidente que me dejo encorajinado (y que merece mención otro día). Tomamos carretera rumbo a los inmensos Pirineos, llevamos destino en el Santuario de la Virgen de Lourdes.
    Los pirineos son impresionantes, descomunales, con paisajes sacados del cuento de Heidi y su abuelo (¿o será al revés?). Estamos a miles de metros sobre el nivel del mar, y para arriba se ven peñascos a los que llegar seguramente nos llevarían varios días de caminata. Portentosos.
     La llegada a Lourdes la hicimos a las 6:00 pm, nos hospedamos en un hotel pequeño, antiguo (allá todo lo es). El posadero, español él, nos apuró.
     -Vayan al Rosario Viviente, no se lo pueden perder.
     “¡Cállate anciano! Yo no vine a Europa a rezar”, pienso cansado del viaje.
     -Sí vamos a ir, gracias. –Contesta marcela.
     Nos metemos al cuarto, dejamos las maletas y salimos. Ya oscureció. Las ciudades en Europa tienen en común que casi todas se fundaron a la rivera de un rio, para atravesarlos, hay puentes. Más allá de un pequeño puente peatonal, vemos las puntas de las torres del Santuario iluminadas, al atravesarlo, estaremos en el atrio. Estando en el puente y cuando alcanzamos a ver todo el conjunto del Santuario, el corazón de Marcela y el mío se sobrecogen. No puedo ver bien el camino, a pesar de que hago enormes esfuerzos, las lágrimas se me salen; volteo a ver a Marcela… ella no lucha contra sus sentimientos, está llorando abiertamente. Los dos estamos conmocionados. Miles (literalmente) de personas van caminando con velas encendidas y rezando. Después de reponerme (que es un decir), nos unimos al rosario. Nunca he sido partidario de los excesos de la religión, que los tiene, pero en este momento pienso que tanta gente no puede estar equivocada. Pasamos rezando una media hora más, que se fue rápidamente, sin tedio. Cuando se termina el rosario y la gente se dispersa, vamos al frente del santuario. Triste. En camastros, en sillas de ruedas y en todo cuanto los familiares los pudieron hacer llegar, seres humanos increíblemente enfermos, algunos que nunca han movido un dedo, esperan que los baños que recibirán a la mañana siguiente provenientes de las aguas de Lourdes, les den la oportunidad que la vida les negó. Esa es la definición de FE más pura que yo he visto jamás.

PARTE UNO DE CUATRO.  (No sé, pero no necesariamente serán semanas seguidas.)  
     Seguiré tocando algunas ciudades someramente, como hoy con Zaragoza, solo cómo una secuencia del viaje; me extenderé en las ciudades grandes o en aquellas pequeñas que hayan dejado huella en mi por alguna razón especial.

5 comentarios:

  1. MMM Palacio de Hierro mezclado con Comercial Mexicana???? Ver para creer :)

    ResponderEliminar
  2. Que memoria, hace diez años de tu viaje, muy buen tema.

    ResponderEliminar
  3. REALMENTE LO NARRAS DE TAL MANERA QUE UNO SE SINTIERA AHI. TE FELICITO.

    ResponderEliminar
  4. Buena narrativa compadre nada coloquial.........saludos felicidades!!!!!!!

    ResponderEliminar
  5. Qué linda manera de plasmar tu sentimiento en el Santuario. Lograste transmitirlo.

    ResponderEliminar