21 de febrero de 2012

Porqué yo endulzo, pero no engordo.


     -Rafael, el veinte de marzo tienes cita en el Seguro Social. –Me dijo Malú.
     -¿Yo? Pero si no estoy enfermo, y si estuviera enfermo, no iría al Seguro Social.
     -Bueno, muy bien, pero el veinte de marzo tienes cita en el seguro a las cuatro de la tarde.
     Era el 2002 y Malusita, Marce y Rafa ya eran parte de nuestra vida en Aguascalientes; el junior tenía apenas poco más de cinco meses con nosotros.
     -Hablé con el director de la clínica, te estarán esperando para hacerte la vasectomía a esa hora.
     Era un acuerdo que tuvimos me imagino que desde novios. Cuando se acabaran los embarazos y el último crio ya estuviera bien firme entre nosotros, me la haría.
     Solo me habían operado una vez en mi vida, y fue cuando, por luchar por un balón en la cancha del Colegio Othón y en un choque con Giancarlo Gaviria, me rompí la nariz ¡con mi propia rodilla! Recuerdo que yo seguí jugando como si nada; golpes en la nariz jugando futbol los recibí por decenas antes de eso, éste no era diferente. Recuerdo que me limpiaba la sangre que me salpicaba la cara. En un lapso tranquilo del juego, me limpié bien la cara y… ¡mi nariz no estaba en su lugar! No recuerdo si me asusté o no, el chiste es que el árbitro me sacó del partido. Ya después todo fue dolor cuando mi cuerpo se enfrió. Me llevaron al hospital y me metieron a la sala de operaciones donde los doctores traían un relajo de bromas y yo riéndome, hasta que desperté en el cuarto con unas cosas metidas en mi nariz que no me dejaban respirar. Me las arranqué. Entre la narcotizadota que tenía, sí recuerdo que estaba Tere Martínez Aguilera y algo dije para molestarla; pedí agua y la ingrata de mi mamá solo me dio un sorbo. Desperté hasta la mañana siguiente con un parche de yeso en la nariz que ahora me doy cuenta que eso solo fue para que el doctor pudiera cobrar más... o ya no se usa.
     Regresando a Aguascalientes y a la vasectomía, me dijo Malú que era una intervención ambulatoria: llegaría caminando y saldría igual. Llegué manejando. Me metí a la clínica y pregunté por el Dr. Fulanito. Me recibió y me informó que iban a ser tres operaciones a tres personas “recomendadas” del director. Él tenía prisa porque al otro día era día feriado y quería acabar temprano. Yo valoré el riesgo de las prisas del Dr. Fulanito: “¿Qué puede pasar? ¿Qué me deje estéril?... ¡A eso vengo!”
     Me metí y me preparé. No me desvestí completamente, me quedé con mis calcetas. Me veía muy lindo con mi batita azul con olor a éter que me llegaba hasta el ombligo. ¡Aaaaah! Y una de las preparaciones para la intervención, me dijo Malú, era quedar como bebé y así presentarme: en eso si iba bien preparadito… completamente rasurado. Me recosté. 
     -Vamos a comenzar. Ponga las manos detrás de su cabeza y no se mueva, le vamos a poner un anestésico local y no le va a doler nada.
     Y que empiezan. Me pusieron el anestésico pero inmediatamente cortaron. “¡Huuuuy!” Si me dolió, pero fue un segundo y no mucho muy doloroso… pero me dijo que no dolería nada. Platicaban de grilla. Por fin acabaron, no fue mas que unos veinte minutos.
     -¡Listo! ¿Trae su sostén? –Me preguntó el Dr. Fulanito.
     Yo puse cara de asombro pensando, “Pero si no me implantaron pechos”
     -No. –Tuve que contestar.
     Me improvisaron un sostén con malla de tela de hospital, pero estaba muy apretado y nada elástico, pero de eso me di cuenta hasta que me había vestido.
     -Se va a tomar estas pastillas y hoy es de reposo total. Cuando llegue a casa, póngase hielo durante una hora solo por hoy; en un mes tiene que venir a hacerse la prueba de la azoospermia.
     Le di las gracias, un pequeño óbolo económico, me subí a mi camioneta y manejando me fui a la casa de mi mamá por que allí pasaría ese día de reposo. Me quité el molesto “sostén” que mas parecía torniquete (torniquete en la cintura, ¿he?) y me aplique el hielo. No aguanté mas de cuatro minutos el mendigo hielo. “Ya se desinflamará solo” pensé y me puse a ver la tele. Hay más cosas que contar, pero ya son del anecdotario personal. Sobretodo el capitulo de la toma de muestra para determinar que ya era estéril.
     Un sacerdote muy amigo de la familia me regaño por habérmela hecho. No me lo esperaba de él, pero es un Padre a la “antigüita”.
     -Es como si te hubieras castrado y mutilándote el cuerpo que Dios te dio.
     Ya mi mujer no toma màs pastillas y se acabaron de tajo (jaja literalmente) los sobresaltos de los atrasos. Y para lo certero que soy… o que fui, ahora seriamos catorce de familia sin contar a los tres perros, los tres canarios, los veinticuatro peces y los cuatro gatos que tenemos.
     Valió la pena. Creo que es el mejor regalo que he hecho nunca.
     De mi círculo de amigos, solo somos unos cuatro los que la tenemos. Formamos el grupo de los "Canderel"… Nos gusta endulzar, pero no engordamos.
    

7 de febrero de 2012

De inmadurez y morbo.


     Juan José y yo vivíamos y estudiábamos en Monterrey y era diciembre. Él también tenía a su familia en San Luis Potosí. Para irnos a pasar las fiestas, nos regresaríamos en el carro de un gerente de Banamex amigo de mis papás que trabajaba en una sucursal en la colonia del Valle en aquella ciudad. El viaje transcurrió sin problemas hasta que la neblina nos hizo ir más despacio. Un carro nos rebasó en curva sin apenas visibilidad. Chocó de frente infernalmente con un autobús de pasajeros. Juan José y yo, después del pasmo, nos bajamos raudos a ayudar. Dante Alighieri no hubiera imaginado, en ninguno de los anillos del infierno, lo que vimos.  Afortunadamente las dos hijas y la esposa salieron muy golpeadas pero vivas. Antes de irme al carro con la pequeña niña que traía en los brazos (se llamaba Ángeles), vi la espantosa cara de la muerte del conductor.
     Unos años después, estábamos Alejandro mi hermano y yo comiendo una hamburguesa en un puesto que tenía unos primos en Aguascalientes hace unos veinte años. La platica con ellos estaba animada y la comida deliciosa. Súbitamente se oyeron rechinidos de carro y alcanzamos a ver como un automóvil atropellaba violentamente, a unos cincuenta metros, a un ciclista. Fue imposible no ver el impacto y el herido cayó fuera de nuestra visión; ya no lo veíamos. Mis primos dejaron lo que estaban haciendo y se fueron a ver la escena en primera fila. Alejandro intentó correr con ellos, pero lo detuve, y a esa edad, afortunadamente me obedeció.
     -¿¡Qué!? –Me preguntó.
     -No vayas, confía en mí y espérate aquí.
     Mis primos regresaron con las caras largas y muy tristes narrando:
     -Se retorcía bien feo –dijo uno de ellos muy afectado-, y se le salieron dos huesos de la pierna y se le veían bien gacho.
     Estaban deshechos por lo que ellos mismos fueron a ver. Alejandro entendió de inmediato porque lo había detenido y me lo gradeció. Estaban jovencísimos, se podía entender que tuvieran la reacción de ir a ver esas cosas.
     He tenido la fortuna de tener muy pocas pérdidas mortales dentro de mi círculo personal, pero en todas ellas, con excepción de la de mi papá, no he querido ver dentro del ataúd a los amigos o familiares que he perdido. Ya es una regla personalísima que no pienso romper bajo ninguna circunstancia. Quiero tener en la mente a las personas como las recuerdo: hablándome, riendo o llorando, enojadas… pero animadas (vivas); creo firmemente que es EL MEJOR HOMENAJE QUE LES PODEMOS HACER A LAS PERSONAS QUE NOS DEJAN. El golpe al espíritu que nos da que esa imagen del sarcófago, hace que no podamos, por algún tiempo sino es que nunca, recordar otra imagen.

     Perdón, pero tenía que sacarlo.
     Hace un tiempo me turné unas noches en un hospital a cuidar a un amigo (casi hermano) muy enfermo. Él quería discreción en su convalecencia y así lo hicimos los que estuvimos con él en esos momentos. Nunca cometí, ni yo ni los que estábamos al tanto, indiscreción alguna para con sus deseos. Evidentemente, al no cometerla, me (nos) hicimos garantes de esa voluntad. Él era en vida alguien muy abierto, alegre, platicador y quería que así se le recordara.
     Una de las noches que estaba con él, oí que alguien estaba pidiendo informes de su ubicación. Le dijeron donde y lo que tenía que hacer para entrar a verlo. Yo me asomé y vi que era una señora que fácilmente pasaba de los sesenta años. Serían como las once de la noche y a esa hora las visitas están solo reservadas a un rígido protocolo establecido. Si estaba allí, debía tener autorización. Cortésmente la recibí en la puerta. Me preguntó por el convaleciente y le di los detalles de los que yo estaba al tanto. Se pasó, y con profunda pena, al verlo, comenzó a llorar descontroladamente. Hasta allí, no había problema, éste vino cuando me comentó:
     -Es que yo tenía que velo, por eso burlé la seguridad del hospital y me colé… yo me escabullo en todos lados. Tenía que verlo.
¡¡¡M. LL. L. CH.!!! (*)
     Posiblemente estaba allí con las buenas intenciones de enterarse por el amigo de su hija, pero llegó al colmo patológico del morbo, y de no darse cuenta de que la familia y el enfermo querían PRIVACIDAD.
     Una visita al hospital debe ser de cortesía. La cortesía también entra en el ámbito de lo prudente. La prudencia también se logra con madurez, no con la edad. Lo que menos quieren las personas enfermas, postradas en una cama de hospital, son almas metiches. Lo que menos quiere alguien accidentado es que se estén compadeciendo de él, quiere ayuda. Démosle ayuda, si no, hagámonos a un lado. Respetemos esos lugares esenciales de intimidad. Las visitas a los enfermos deben ser consensuadas por lo del circulo intimo del enfermo o por èl mismo. Deben de ser de duración casi informativa y que provea ánimos.
     La señora sufrió con su atrevimiento y con ello pago su “audacia”.