29 de septiembre de 2011

Aborto Decidamos que no, pero decidamos nosotros.

     El 11 de septiembre pasado, se realizó una caravana de la Delegación Álvaro Obregón hacia el Zócalo, donde motociclistas pedían que se revocara, del Reglamento de Tránsito del D.F., el ARTÍCULO 88 que les prohíbe a los conductores de bicicletas, bicimotos, triciclos automotores, tetramotos, motonetas y motocicletas, transitar por los carriles centrales o interiores de las vías primarias que cuenten con dichos carriles y en donde así lo indique el señalamiento de las vías de acceso controladas. Los manifestantes eran motociclistas, a los que el gobierno les había quitado su derecho a decidir que vías usar con vehículos que son más rápidos, menos contaminantes y mas maniobrables que los automóviles. Solo en México no pueden decidir que vías pueden usar.
     He tenido la fortuna de estar en algunos países y lo que se ve en México es increíble. Solo aquí somos capaces de poner trabas a cualquier cantidad de estupideces que no solo no nos hacen un país mejor, si no que estamos atrasándonos más y más… pero nos lo merecemos.
     Somos un país en el que una marcha de treinta personas es capaz, con toda impunidad, de desquiciar una ciudad y afectar a cientos de miles de personas, directa o indirectamente. Y es por el “derecho a manifestarse” “consagrado” en el Articulo Sexto de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos que se hace, y las autoridades “respetan” ese derecho; sin embargo, el mismo articulo habla de que no se debe afectar los derechos de terceros ni perturbar el orden publico… ¿¡Entonces!? Pero esas treinta personas sí deciden por miles.
     Hace un tiempo mi compadre, el que vende piedras, me contó que al ir al estado de México los detuvo un comando armado, a alguien encañonaron a la cabeza; el incidente no pasó a mayores al ser éste y sus acompañantes gente de bien, pero esos tipos deciden quien pasa por sus territorios y quien no; mi compadre ya decidió no pasar por allí nunca más.
     Matan a cincuenta dos personas en Monterrey y rápidamente las autoridades se van contra los pecaminosos casinos y sus dueños; se le echan encima a un pobre diablo que ejerce de presidente municipal en esa ciudad y nos ponen enojados contra él… ¿Y los muertos? ¿Han vuelto oír hablar de ellos? Es más, ¿han vuelto oír hablar del tema seriamente?... Yo tampoco. Creo que alguien ya decidió que no se sepa más del asunto a profundidad.
     En el sexenio pasado (sí, ya sé, vuelvo con mi estúpido favorito, solo poquito), los ejidatarios de San Salvador Atenco impidieron, con lujo de violencia, la realización del aeropuerto alterno de la Ciudad de México, era una increíble turba de… unas decenas de campesinos armados con machetes, varillas y piedras. Perdió México con la cancelación del aeropuerto, nos dejó en lo que somos, un país en los límites del tercer y el cuarto mundo. Ahora, la “dignidad” de los de Atenco está intacta; están muy orondos de orgullo al saber que no se dejaron mangonear; están en la misma pobreza que hace décadas, espantando moscas en lugar de haber logrado más beneficios que perjuicios… pero ellos decidieron.
     Hay en el país una planta nuclear en Laguna Verde. En abril pasado, en conmemoración del 25 aniversario del la tragedia de Chernobyl y en el eterno debate relativo las centrales nucleares, llama la atención que por cada persona que fallece por la generación de energía nuclear, 3,600 mueren a causa de la energía creada por carbón, concordado por la misma cantidad de energía producida. Posiblemente no logren cancelar la planta, pero unos cuantos quieren decidir solos, en perjuicio de millones. ¿Por qué no se van a manifestarse a las minas de carbón? Esas no pagan ($) para silenciarlos.
     No tenemos más elección que conectarnos con la CFE; no tenemos más elección que cargar en una gasolinera de PEMEX; no tenemos más elección que abastecernos de una sola concesionaria de agua; no tenemos más elección que pertenecer a un partido político si queremos ser votados; no tenemos más elección que…
     Anteayer una inteligente mujer lanzó un post en facebook que se encendió inmediatamente. ¿El tema? El aborto. A pesar de la discusión, y revisando después el contenido de los alegatos, me di cuenta que realmente no había controversia. Como buenas madres, ella y otras personas, defendían la vida de los nonatos. Los demás no diferíamos, estábamos en contra del aborto también, pero a favor de que las mujeres decidieran, y que no hubiera consecuencias legales (¡cárcel!). Esto que escribo hoy, viene a eso. Siempre he defendido la libertad individual por encima de moralismos y dogmas; tanta libertad individual como sea posible, ya depende de cada quien y sus valores morales y familiares, convertir esa total libertad en libertinaje. Una compañera de generación dio su ejemplo de vida en un embarazo: los médicos, al ver que su hijo venía mal, le dieron a elegir tenerlo o no, eligió tenerlo… pero pudo elegir.
     Ayer la Suprema Corte de Justicia de la Nación no avaló la penalización del aborto. No es lo mismo avalar que no derogar. 64% rechazaba la ley, 36% la mantenía; se necesitaba 72% para revocarla. No hay que confundirnos, la mayoría aprobaba derogarla. El tema no era el aborto, era la injusta e inhumana penalización.
     ¿Qué pasaría si una mujer embarazada de dieciocho semanas tiene un aborto espontaneo en la vía publica y pierde al bebe? ¿Puede pasar eso? Sí, sí puede pasar… y pasa. Pues va a la cárcel derechito mientras que ella comprueba desde dentro de prisión, despedazada por el dolor de la pérdida, que no fue provocado… ¿Podría pasar esto también? ¡Pasó! Es una joven de veintiún años originaria de Mexicali, sentenciada a 23 años de prisión por un aborto espontáneo mientras trabajaba. Ella no decidió que su hijo se le “desprendiera”. Hay decenas como ella en prisiones. Cualquier aborto será perseguido como “Homicidio Agravado por Parentesco” mientras se investiga, y ojo… estamos en México. La pena carcelaria es de 20 a 50 años de prisión (¡!). Mi otro compadre, el telefonista, me comentó que a una buena amiga le pasó dando clases: “Se le vino”. Estaba desolada. Si estuviera en Baja California, sería candidata a pasar décadas en prisión. Estamos en México.
     Más adelante prohibirán a las mujeres ser taxistas porque no es de su género y no nacieron para eso. Más adelante prohibirán a los hombres ser estilistas, porque es un oficio de mujeres.

«El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos»  (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 4, 3).
(Vaticano. Catecismo de la Iglesia Católica. www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a3_sp.html)

     Mujeres y hombres, rechacen y aborrezcan el aborto, no lo practiquen, repúdienlo, pero no apoyen que otros decidan por ustedes ni quieran decidir ustedes por otros.

27 de septiembre de 2011

ANDANDO II

     Salimos temprano de Lourdes, Francia, que está en la mitad de los Pirineos, aun nos quedan al menos tres horas de curvas pronunciadas, subidas y bajadas.
     Llegamos a Touluse, aun en Francia, una ciudad refrescante, llena de jóvenes estudiantes; en plazas públicas, en las calles, en los cafés hay estudiantes. Sí hay cosas que ver allí, La Catedral Saint-Etienne con sus más de mil años de antigüedad; la iglesia de los Jacobinos, con su relajante jardín interior; el impresionante ábside y la torre de San Sernín; pero el extraordinario ambiente juvenil opacó casi todo. ¡Rejuvenecedora! 
     Pasamos muy tangencialmente por Saint Ètienne, porque vamos con la mira puesta en Lyon: La bonita Jean Jaurès, plaza céntrica de la ciudad; Stade de la Mosson, el mini estadio de futbol donde jugó la selección México en el 98 contra Alemania; La estación de ferrocarriles de Châteaucreux. Salimos y no cargamos diesel (el auto era de ese combustible), ya lo hallaremos en el camino, estamos en un país de primer mundo. Avanzamos pero todas las gasolineras están cerradas, por las tardes es autoservicio con tarjeta pre pagada… ¡que no tenemos! En un pueblito casi fantasma, tratamos de que dos personas que llegaron a cargar gasolina nos hicieran el favor, pero ellas traen saldo para gasolina, no para diesel. El interior de Europa en esas fechas se vacía, los europeos toman casi todos vacaciones al mismo tiempo y los hotelitos como los de este pueblo están cerrados, no hay alojamiento en ningún lado. Salgo del poblado y me toca revisión de alcoholímetro, la paso y me estaciono en una colonia a las afueras, cierro ventanas de carro, me pongo la capucha del rompevientos, hago el respaldo para atrás y me acomodo.
     -¿Qué haces? –Pregunta Marcela asustada.
     -Lo único que queda por hacer, dormir.
     -¿Aquí?
     -Aquí.
     En cuanto sale el sol me despierta: yo sí dormí, ella no durmió nada. Nos regresamos al pueblito a esperar que el dueño de la gasolinera abra, mientras nos tomamos un chocolate en un bar de enfrente. Llega el dueño muy sonriente, nos despacha y salimos raudos hacia Lyon.

Lyon, Francia. PLaza Bellecour,
Notre Dame de Fourviere y la antena

     Llegamos a las 9:00 am a Lyon, que es la tercera ciudad más grande de Francia y en comparación a Touluse e igual al pueblito donde “dormimos”, esta vacía. Señorial, elegante, amplia. La Bellecour, la plaza central, está franqueada por los dos palacios, el de Antonin Pinochet y el de Bellecour. En una colina está Notre Dame de Fourviere, basílica menor y símbolo de la ciudad, y al lado… ¡la Torre Eiffel! No, es una antena que emula la obra de Gustave Eiffel, pero de mucho menor tamaño. Como digo, ciudad señorial. Ahí pasamos una merecida noche que comenzó a las 10:00 pm y hasta las 10:00 am. Con un pesar espantoso (yo) por haber perdido tanto tiempo en dormir, salimos a la carretera. Es largo el día, tenemos que visitar Ginebra, Lausana, Berna y llegar a Lucerna a dormir.

Ginebra, Suiza. Reloj Monumntal

     Llegamos a Ginebra, capital de Suiza y del dinero, nos estacionamos cerca de la estación de trenes; mucha gente, que vive aquí, trabaja en Lausana. Es temprano, pero hay algunas personas que llegan rápido en su bicicleta, la dejan junto a cientos más y se van corriendo para no perder el tren… ¡sin ponerle candado a su bicicleta! ¡Solo se bajan, la acomodan y se van! ¡Naaa! ¡Achis! Me acerco a la hilera de bicicletas y ¡no! ¡Ninguna tiene candado! ¡Pero como es posible que sean tan… Civilizados! Sí, lo son hasta la medula. Me meto en el almacén de Rolex, como debe de ser, y compro cinco de mis vicios: Navajas suizas; desde hace décadas, no sé como es vivir sin una navaja deportiva a la cintura. A medio día salimos a Lausana, bordeando el lago Leman que tiene sus orillas completamente sembradas de arboles de olivo; me pongo a pensar en las yermas orillas de nuestras  presas. Pasamos por Lausana y Berna, ciudades aun Suizas. Partimos hacia Lucerna atrasados, pasaremos por dos lagos gemelos, pero ya es casi de noche. Bordeamos el primer lago a las diez de la noche, como es zona de turismo invernal y estamos en verano pues… no hay hoteles abiertos; me comienzo a preparar para dormir oootra vez en el carro. Veo una taberna-hotel abierta con estacionamiento, me bajo y pido hablar con el encargado; me recibe el barman diciéndome que él es el dueño del hotel. Para estos días por necesidad, quien lo dijera, mi inglés está fluido; le explico que no encontramos hotel y le pido su tarifa, me dice que el hotel en esa parte del año esta cerrado y le pido permiso para dormir en su estacionamiento; me mira con unos ojos enormes y me da una tarifa simbólica, le pago.

Alpes Suizos. Hotel donde nos dejaron solos

     -El hotel se quedará solo por la noche –me explica-, cuando se vayan por la mañana, asegúrate de que quede bien cerrado y deposita la llave de tu habitación en el buzón que está afuera.
     ¿Me está dejando a mí y a Marcela solos en el hotel? ¿Solos, solos, solos? ¿Como dueños del hotel? Sí. El hotel es una réplica de la cabaña de madera de Heidi. Desayunamos en Interlaken y nos vamos a Innsbruck, Austria. Bonito. Allí me doy cuenta de que también venden navajas suizas como las que compré en Ginebra, las mismas… a la mitad de precio. De allí, nos vamos a Italia.
     De haber sabido que lo me esperaba en Italia, dejo a un lado, olvidado para siempre, el recorrido desde Lyon hasta Inssbruck.

La Arena, Verona, Italia.

     Llegamos a Verona, tierra celebre por “Romeo y Julieta”. Bueno, por partes. Nada mas entrando a la zona vieja de Verona, nos recibe “La Arena di Verona”, un pequeño anfiteatro que usan para conciertos de opera y actividades culturales al aire libre, tiene como más de 1,900 años, no están alto como el de Roma, pero aun así, es impresionante. El Castello Scaligero del siglo XIV, con su puente sobre río Adigio. Ruinas romanas por doquier. La casa de Julieta, celebre por la mayor historia de amor de la humanidad; allí atrapan en frente de mi a una gitana por ladrona. La Catedral de Verona del año 1187 con su inmenso campanario renacentista… Abrumador. Faltan por describir decenas de puentes, museos e iglesias. La Plaza Erbe, pequeña pero llena de edificios fastuosos. De día Verona es interesante, de noche, impresionante.
     -Mira, allí Malú se tomó un café. –Me dice Marcela señalándome una cafetería antes de volver a entrar e la zona vieja por ultima vez antes de salir hacia el sur de Italia. Me meto y pido uno allí mismo. Comienzo, sin darme cuenta, a extrañar a mis mujeres y mis lugares.
     Tomamos la carretera otra vez, manejo 120 kilómetros y llegamos a Mestre; son las tres de la tarde; seguimos hasta encontrar la entrada a un puente, nos encaminamos en él y comenzamos a atravesar la laguna; el puente mide unos cuatro kilómetros de largo y termina en la entrada de un estacionamiento gigante. Nos preguntan cuanto tiempo estaremos allí, le decimos que unas 24 horas, hacen el cálculo, pagamos y comenzamos a subir en una rampa circular; en cada nivel hay una entrada y hay semáforos que te indican si puedes entrar a ese nivel… nada, nos mandan hasta la azotea. Hasta arriba encontramos un lugar, bajamos las maletas y me acerco a la orilla del estacionamiento a echar una mirada, emocionado veo donde dormiremos: ¡Venecia!

20 de septiembre de 2011

El viejito de Zaragoza.

     En una parte del escrito “Andando”, donde narro mi viaje por Europa, hubo un suceso en Zaragoza del que hago sólo hago una pequeña referencia. Aquella vez escribí:
     …Unas ruinas romanas completan nuestra rápida pasada por la capital de la Comunidad Autónoma de Aragón. El tiempo apura, vamos atrasados por un incidente que me dejó encorajinado (y que merece mención otro día)…
     Va.
     En Zaragoza, después de ver lo que teníamos que ver, nos metimos en una tienda de conveniencia. Escogí un paquete de serrano en trozos, la obligada Coca–Cola y cigarrillos; me formé en una de las dos filas detrás de unos cinco clientes esperando para pagar y salir a la carretera. Íbamos retrasados y la próxima parada sería hasta Lourdes, a la mitad de los Perineos. Una señorita cobraba rápido, solo faltaba una pareja de viejitos y yo.
     Le tocó el turno al esposo de avanzada edad, le registraron las cosas, pagó y recibió su cambio; parsimoniosamente lo contó sin moverse de la caja y yo, desesperado por esa lentitud.
     –¡Me faltan trescientas pesetas! –Reclamó.
     –No señor, le he dado el vuelto correcto. –Se defendió la cajera.
     –¡No! ¡Que me faltan trescientas pesetas! –Repitió gritando con la mano extendida mostrándole el cambio a la cajera. La esposa la miraba como diciéndole ¡Ladrona¡ En total apoyo a su esposo.
     Yo estaba cada vez más impaciente por lo terco del hombre. “¿Tanto relajo por trescientas pesetas? ¡Es lo que cuestan tres cocas de lata! ¡Ya muévete que llevo prisa!” Pensaba. Los que estaban detrás de mí, que ya eran unas seis personas, también estaban muy ansiosos desaprobando la actitud del señor.
     –¡No me grite señor! ¡Que le he dado el vuelto correcto! –Se ofendió la cajera.
     –¡Quiero corte de caja! –¡Ordenó gritando!
     Con consternación veo que todos los clientes de mi fila se pasan a la otra; hago lo mismo y… ¡soy el cliente once de esa fila! ¡Estuve a un tris de salir y ahora era el último! Ya traía conmigo una cosa más: un paquete de serrano en trozos, la obligada Coca–Cola, cigarrillos y el jugo gástrico caliente de coraje por culpa de ese vejete. Vamos avanzando y yo conteniendo las ganas de ir a retorcerle el cuello. Llega mi turno de pagar, ya no es calor lo de mi estomago… me está hirviendo. Cuando es mi turno, la señorita de la primera caja termina el corte del dinero.
     –Señor, tiene razón, sobran trescientas pesetas, aquí las tiene, discúlpeme.
     El señor las toma y sale de allí como si nada hubiera pasado. La señorita cierra el cajón del dinero y se pone a cobrarles a los clientes que ya se formaron. Pago lo mío en mi caja, me dan mi cambio, me lo meto a la bolsa del pantalón y salgo. Tomo la autovía Mudéjar/A–23 y nos dirigimos de prisa hacia los inmensos Pirineos.
     –¿Qué pasó que te ves enojado?
     –Un mendigo viejillo en el mini súper… –Le cuento a Marcela la historia.
     –Sí, los españoles son muy tercos y exagerados. –Me confirma.– ¿Cómo andas de cansado para manejar?
     –Con el coraje que traigo, seguramente ni sueño me va a dar, ¿por qué?
     –Yo sí traigo sueño, no me adapto aun a este horario, ¿me puedo dormir?
     –Sí, son como cuatro horas a Lourdes ¿no? –Ya estaba dormida.
     Me dediqué a rumiar y a maldecir al mendigo españolete ese para mis adentros. “¡Por eso tienen la fama mundial que tienen!” Seguía muy enojado. “¿Qué no se da cuenta de que las demás personas tienen cosas que hacer? ¡En México eso no pasa! ¿No puede ser que pare así una caja registradora por el equivalente a tres cocas de lata? ¿Cómo era posible que se pusiera así por malditas mendigas trescientas pesetas? ¿Por qué hizo eso?... ¡Ha caón!... ¿y por qué no? –Mi estomago comenzó a apaciguarse inmediatamente– Sí, son el equivalente a tres cocas; son solo malditas mendigas trescientas pesetas… ¡Pero son suyas! ¿Por qué tenia que perderlas? ¿Por qué debía dejárselas a la señorita esa? Aunque fuera un duro, ¡es “su” duro(1)!” En mi estomago ya casi había placer al recordar al “ilustre anciano” ese. Estaba contento por la lección y volví a pensar: “En México eso no pasa… por eso nos va como nos va.”
     Normalmente en las vacaciones escolares de verano, llevo a mi familia a que pase una semana en San Luis Potosí. La llevo y me regreso en camión a trabajar ese tiempo. En el verano del 2010, cuando acabó la semana, fui por ellos. Tomé un camión para San Luis, iba leyendo y volteando a ver el reloj del autobús y así me quedé dormido. Me desperté con frio y vi que la gente comenzaba a bajar sus suéteres; un parpadeo del reloj me indicó que estábamos… ¡a 5º centígrados! ¡Y la gente bajando prendas para protegerse en pleno verano! “El viejito de Zaragoza” pensé; me paré y fui a la cabina (obvio, enojado). El chofer platicaba animadamente con un amigo.
     –Amigo, nos traes a 5 grados, es casi lo mismo que un refrigerador, quita ahora el aire acondicionado.
     –¡No me diga! –Volteó a ver su termómetro– Discúlpeme señor, no me había dado cuenta, ahorita mismo arreglo eso… discúlpeme. –Me quedé hasta ver que arreglaba el termostato.
     Me regresé pensado que solo había sido un error, pero los pasajeros prefirieron bajar sus suéteres a pedir algo lógico. “Por eso nos va como nos va.” El resto del viaje fue a unos confortantes 22º C.
    El domingo pasado estuve en San Luis Potosí. Cuando en casa de mis suegros hacemos carne asada me gusta tomar el control total, porque si no, comenzamos a comer a las cinco de la tarde, y no es cómodo manejar de noche trayendo en el estomago un tercio de kilo de carne asada, mas quesadillas, cebollitas y refresco. Fui por pan a la Superior y de regreso, por Fray Diego de la Magdalena, llegué a un Oxxo. Cuando iba a pagar, una señora joven estaba reclamando algo referente a la cuenta y tenía parada la fila por cinco pesos.
     Sonreí… y esperé.


(1) Duro: nombre informal que recibía la moneda española de cinco pesetas, así como el valor de dicha moneda. Ya no existe.

13 de septiembre de 2011

Me tocó a mí.

     Don Artemio del Valle Arizpe escribió que a mediados del siglo pasado hubo en Saltillo, Coahuila, un maestro llamado Octavio López, que impartía matemáticas en el Ateneo Fuente de aquella ciudad. En sus textos, Don Artemio se refiere a él con duras palabras llenas de rencor.
     “Era altanero y endiosado, como si la materia que él enseñaba lo pusiera por encima de los demás mortales. En cada curso reprobaba a casi todos sus alumnos, pero por culpa suya –sigue don Artemio– se frustraron muchas valiosas vocaciones, e incontables muchachos dejaron de estudiar una carrera al no aprobar el bachillerato por causa de este mal profesor malo”
     Repasando mi vida, en retrospectiva, siempre ha habido –y esto lo digo yo– maestros malos de matemáticas –o de química, de física, de historia o de algún grado de estudio– que piensan que con reprobar a más de la mitad de alumnos, se enaltecen demostrando su excelencia y severidad magisterial, como aquel pedantisimo profesor Pasos, “doctorado” en Francia y que nos dio matemáticas en segundo de prepa. O aquel excelente amigo, profesor de física del mismo año, que llenó un salón con exámenes extraordinarios teniendo él, solo dos salones de cátedra.
     Hace algún tiempo era yo un papá algo rígido con los estudios de mis hijos; no podían o no debían faltar con sus tareas, supervisaba su aprovechamiento escolar platicando con sus maestros una vez al mes. No quería que les fuera como a mí me fue… pero tampoco los dejaba disfrutar esa hermosa etapa de su vida. ¿A quién le gustaría volver a vivirla? A muchos ¿que es imposible? Ni hablar. Pregunto: ¿Quién fue Miguel Miramón? Tú, lector, ¿lo sabes? ¿No? ¿Te importa? ¿Te sacó de algún apuro en la vida? Yo sí lo sé, pero porque lo leí décadas después en un magnifico libro. ¿Cuál es la raíz cuadrada de 294,582? Es 542.754, pero saqué la calculadora de diez pesos y lo supe. Ya dejé a mis hijos en paz, que cumplan, eso sí, pero que disfruten, no quiero ser un maestro malo.
     Pero ¿por qué hablo de maestros malos? ¡Fácil!
     Yo tuve al mejor profesor de primara.
    Después de tres décadas y una búsqueda tenaz por encontrarlo, me di por vencido al darme cuenta de que mis llamadas telefónicas estaban levantando una señal de alerta; temían que yo fuera un alumno resentido que quería hacerle daño. Pero lo localicé en una red social. Un tímido y anhelante mensaje electrónico de mi parte fue suficiente: Lo había encontrado.
     Le pedí una cita para vernos a la que el amablemente accedió. Fui solo, el reencuentro era demasiado importante para mi, no quería estar platicando con él y explicándole a mi esposa o a mis hijos de lo que se hablaba.
     Cuando llegué a su casa, antes de tocar el timbre, me di cuenta de que hacía muchos años no estaba tan nervioso como en ese momento. Toqué y me abrió él, nos saludamos de abrazo y me invitó a pasar. Había él demorado un paseo dominical con la familia para recibirme y estar a solas.
     Encontré a un hombre maduro (yo ya lo soy), pero sorprendentemente bien conservado y apenas peinando canas. Me pasó a su sala. Me contó que ya estaba jubilado y que estaba haciendo cosas que siempre quiso hacer y no había podido por la dedicación a lo suyo.
     Le conté de mi vida, de lo lindo que me ha ido con mi familia, la maravillosa esposa, de mis tres hijos, en fin, todo en lo que se había convertido aquel alumno problema.
     –Pero tu no eras un alumno problema –¡me dijo!–, te recuerdo como un niño muy inquieto, pero no un alumno problema.
     Pensé que en realidad no se acordaba de ese tiempo, pero comenzó a decir los nombres de muchos de sus alumnos de aquellos años de primaria en el que estuvimos juntos, ¡recordaba a la mayoría!
     Continuamos con anécdotas de ese tiempo: la canción de "Juan Paco Pedro de la Mar"; de como siempre le ganábamos a los otros salones en el futbol; del Padre Manzo; de su boda estando en el Othón dando clases; de sus hijos y nietos; del gusto mutuo por leer.
     Uno, como lector voraz, piensa que el último libro que leyó es el mejor. Le llevé uno de regalo: “La Catedral del Mar”. Para mí, un libro es el mejor regalo que se puede hacer o recibir.
     Nos despedimos y quedé con un lindo sabor dulce de boca. He estado en comunicación esporádica con él, pero sé que ya no perderé el contacto.
     En el funeral de Gustavo, platiqué con Nena Ricavar y salió a tema el recuerdo de este buen profesor bueno.
     –Sí, también a mi me marcó mucho –me comentó  ella–, al grado que yo me dije que él tenia que ir a mi boda. Él debía estar en el día más importante de mi vida. Y sí fue, me acompañó cuando me casé.
     ¡Ojalá se me hubiera ocurrido a mí!
     Es posible que tú, uno de mis cinco lectores, crea que estoy haciendo mucho ruido con esto, pero no importa, posiblemente tú no lo tuviste de profesor y por eso no me comprendes.
     Yo no era el mejor estudiante, es más, sé que era mal estudiante; lo mío era el deporte, y en eso era, por mucho, el mejor de todos. Pero ahora sé que no fui un alumno problema… él me lo hizo saber.
     El titulo de esto tiene que ver con dos cosas: Me tocó a mí: estuve en clases con él; Me tocó a mí: influyó en mí vida.
     A todos nos encantaría, de una manera u otra, dejar huella de nuestro paso por esta vida; solo algunos privilegiados lo logran sin apenas darse cuenta y haciendo solo lo que les gusta. Él es uno de esos privilegiados. Finalmente sé que es una parte muy importante y valiosa de mí vida; de una etapa que atesoro con mucho cariño.
     Soy un agradecido con la vida y con lo que me ha dado… y lo seré siempre. Soy un hombre de bien, entre otras cosas, porque él me tocó a mí.
     Profe Luis Oros Velarde… Gracias.


6 de septiembre de 2011

México 86


     Verano de 1986. El país está vestido de futbol. Los que no sabían nada del deporte, soñaban con que la Selección Mexicana ganaría el campeonato de la FIFA que se celebraba en México. Yo, con mi equipo de siempre: Alemania (¡les juro que nací aquí por culpa de una cigüeña desorientada!). También con la selección de Inglaterra, que es mi segundo equipo de siempre y Uruguay, que tenía mas estrellas en ese momento que el actual Barcelona. Con diecinueve años encima y como la mayoría de la gente de mi edad, vería los cincuenta y dos partidos de futbol en alguna televisión con los amigos… o solo, pero tenía que verlos todos.
     Un día, estaba yo en la casa de la Borrega Alonso platicando, porque en ese entonces andábamos de novios. Sonó el teléfono.
     -Sí Alfredo, ahorita te lo paso. Te habla tu hermano. –Me dijo extrañada.
     -Bueno… ¿Qué?... ¿¡Ha!?... ¿¡Mañana!?... ¡Voy para allá!
     -¿Todo bien?
     -Sí, me dijo mi hermano que habló una tía, que tiene dos boletos para dos partidos del mundial en la capital. Me voy al rato en camión a Aguascalientes y de allí mismo me voy en camión al DF. Nos vemos dentro de tres días, ¿va?
     Ella vivía en Mariano Otero cerca de Tequis y yo por el Colegio Othón; debí de hacer unos cinco minutos, porque corrí como una ágil gaviota, de frente al mar, con el aire acariciando su cara, delicadamente apenas rozando las olas del embravecido mar... (¡Nooo! ¡Alto! El que corrió así fue mi compadre el Minero, en las vacaciones de Vallarta de este año. Ver foto en mi perfil de Facebook de ese suceso.) Perdón. Corrí como alma que sigue el diablo, porque cuando llegué a mi casa, el corazón lo sentía reventar; allí me confirmaron la noticia y me esperaban para llevarme a la Central Camionera. Afortunadamente el trayecto es corto entre ambas ciudades. El de Aguascalientes al DF sí iba a ser largo, pero por la emoción, ni pensaba en eso. En la Central Camionera hidrocálida estaba esperándome mi abuelito Alfredo. Lo saludo y me da cuatro maravillosos boletos.
     -Háblale a tu tía Mary para agradecerle.
     ¡Claro!
     -Tía Mary, gracias por los boletos, no sabes lo contento que estoy, y solo hablaba para… ¿qué? Sí, te hablo en quince minutos.
     -¿Qué pasó? –Preguntó DON Alfredo (Así, DON, con mayúsculas. Extraordinario hombre).
     -No sé, solo me dijo que le hable en quince minutos, pero que aun no compre el boleto al DF.
     Mientras pasaban los minutos, me puse a pensar en que sí valdría la pena pasar la noche en un autobús. Pasaron los quince minutos y llamé.
     -¿Tía? Dime… ¿Que hay un lugar mañana en el avión que sale a las ocho? Muchas gracias Mary, esto es más que un sueño. –Colgué. ¡A dormir en colchón!
     A las siete de la mañana pasaron por mi para ir al aeropuerto. El avión era de ocho plazas he íbamos puros familiares políticos. Llegamos al hangar presidencial, porque en ese tiempo el esposo de mi tía tenía un alto cargo en el gobierno estatal. Me despedí cuando vi que ya me esperaba mi compadre el telefonista con la eterna Combi blanca. Salimos directo al Estadio de Azteca, casa del orgullo nacional, las siempre poderosas Águilas del América (¡Ódienme más!). Allí veríamos el partido México vs Bélgica. Llegamos como una hora antes al estadio, nos había tocado en gayola, hasta arriba (¡pero yo sí fui heee!), salieron los jugadores de los dos equipos a calentar. Se formaron para los himnos nacionales. El de Bélgica primero… chiflidos (vulgar demostración de incivilidad mexicana). Comienza el Himno Nacional Mexicano pero las bocinas fallan y se apagan, los jugadores se dispersan a seguir calentando pero el estadio comienza a cantar a capela ¡110,000 personas! El utilero se mete al campo a decirles a los jugadores que se vuelvan a formar… ¡Impresionante! No sé mi compadre el telefonista, yo tenía los pelos erizados. El partido fue duro, México ganó 2-1 con dos extraños goles de cabeza: el de Quirarte, que se lanzó quien sabe como y metió un golazo y el de Hugo, que como es él, de tanto oler el gol, no recuerdo si él cabeceó o la bola le pegó a él en la cabeza y se metió. En fin, ganamos y a la calle a festejar en una eterna Combi blanca llena de gente que ni conocíamos. ¿Donde? En el Ángel de Reforma.
     Al día siguiente fuimos al Estadio Universitario a ver Argentina vs Corea de Sur. El cielo se cayó en un chubasco que duró casi todo el primer tiempo. Nosotros nos metimos en la porra de los coreanos, gente extraordinariamente amable. “¡Méchico!” Gritaban al querer gritar México con nosotros. Argentina dominó el encuentro ante unos chaparritos coreanos. Dos goles de un señorón del futbol y del mundo Jorge Valdano (¿Ya leyeron si libro “Liderazgo” que escribe al alimón con Juan Mateo? ¡Buenísimo!) y uno de Òscar Ruggeri. Sin embargo, y aunque no metió gol, estaba un jugador que a mi no me acababa de gustar y que fue un torbellino dando un partidazo: Diego Armando Maradona.
     El resto del día fue estar en la amada casa de Santa Mónica con la amada familia mi compadre. Solo buenos recuerdos hay en esa casa con esa familia. Él me llevó a tomar el autobús de regreso a San Luis Potosí cerca de la media noche.
     Yo estaba satisfecho, con diecinueve años encima y como la mayoría de la gente de mi edad, quería ver los cincuenta y dos partidos de futbol en alguna televisión con los amigos, y los iba a ver… pero llevaba dos en el estadio.